martes, 26 de abril de 2011

Recorrido Histórico

LA LINGÜÍSTICA
Introducción (1)
La lingüística anterior al siglo XX

Ideas lingüísticas en la Antigüedad (1)
  • La lingüística en la Edad Media (1)
    La primera gramática del español (1)
    En busca del lenguaje perfecto (1)
    La lingüística del siglo XIX (3)

  • La lingüística del siglo XX
    El estructuralismo (4)
    El estructuralismo norteamericano (3)
    El estructuralismo europeo (3)
    La gramática generativa (3)
    El lenguaje en acción (2)
Introducción

Se presenta aquí un recorrido histórico por las grandes ideas lingüísticas. Hemos procurado que el recorrido fuera exhaustivo, pero, por razones de espacio, debimos tomar una serie de decisiones que podrían resultar arbitrarias sin una adecuada justificación.
Los capítulos de este recorrido pueden dividirse en dos grandes partes: por un lado, las ideas sobre el lenguaje elaboradas antes del siglo XX, lo cual incluye la Antigüedad, la Edad Media, el Renacimiento, la Edad Moderna y el siglo XIX, y, por otro lado, las grandes corrientes lingüísticas del siglo XX, concebido como el nacimiento de la lingüística tal como la conocemos hoy. Hemos reseñado en esta sección histórica a los autores y las obras anteriores a 1975, puesto que consideramos que lo producido a partir de esa fecha (esto es, en los últimos 30 años) es demasiado reciente para permitir una evaluación objetiva. Por lo tanto, la segunda parte del recorrido histórico debe leerse en forma complementaria al Estado de la cuestión.
Cabe recordar que la lingüística, como muchas otras ciencias sociales y humanas nacidas con el siglo XX, es una disciplina en la que conviven diversos paradigmas (en el sentido de Kuhn), a menudo en pugna, y que, de hecho, su objeto de estudio mismo varía de acuerdo con la perspectiva teórica adoptada.
Al intentar reconocer las grandes corrientes teóricas del siglo XX, entonces, hemos distinguido dos movimientos centrales entre los autores que hacen hincapié en el sistema lingüístico en sí mismo: el estructuralismo (dentro del cual incluimos a Ferdinand de Saussure, su fundador, y a los principales representantes del estructuralismo europeo y del descriptivismo norteamericano) y la gramática generativa, fundada por Noam Chomsky.
Puede encontrarse cierto grado de arbitrariedad en esos agrupamientos: por ejemplo, dentro del descriptivismo norteamericano incluimos autores que no son estructuralistas (Franz Boas) y otros en los que aparecen nociones propias del estructuralismo (como estructura o forma), pero que no han recibido influencia directa de Saussure (Edward Sapir y Benjamin Whorf).
Además del estructuralismo y la gramática generativa, incluimos un tercer grupo de enfoques que no se enrolan directamente en esas corrientes y que además coinciden en hacer hincapié en diversos aspectos del uso del lenguaje, o, en otros términos, del habla (Saussure) o de la actuación (Chomsky). Los agrupamos, pues, bajo la etiqueta general de lenguaje en acción e incluyen a la teoría de los actos de habla, la gramática textual y lasociolingüística.
En general, los autores de este tercer grupo han recibido influencia de alguna de las otras dos escuelas (así, John Searle reconoce los aportes de la gramática generativa a la lingüística y a su propia teoría; la gramática textual toma diversos conceptos de Eugenio Coseriu, de la Escuela de Praga y de la gramática generativa; la sociolingüística parte de la dicotomía competencia/ actuación). De hecho, algunos de los autores que hemos incluido en el estructuralismo podrían ubicarse también bajo la etiqueta de lenguaje en acción, como en el caso de los estructuralistas de habla francesa (Charles Bally y Émile Benveniste), en tanto antecedentes del análisis del discurso, o la escuela estructuralista inglesa (John Firth y Michael Halliday), que dio lugar a la lingüística sistémico-funcional.


Ideas lingüísticas en la Antigüedad
La historia de la lingüística muestra que los estudios sobre el lenguaje aparecen intrínsecamente ligados al uso y a la expansión de la escritura. Esa correlación no es extraña si se piensa que la escritura permite, junto con la “objetivación” del lenguaje, el desarrollo de la capacidad metalingüística, según han notado diversos psicolingüistas. La etimología parece corroborar la correlación: la palabra gramática, que hemos heredado del griego grammatikós, es una derivación de grámmata [‘aquel que comprende el uso de letras y puede leer y escribir’] y de téchné grammatiké [‘la habilidad de leer y escribir’].
La expansión de la escritura es, pues, una primera condición necesaria para que nazca la reflexión sobre el lenguaje, que se ve estimulada por ciertas situaciones de tensión lingüística, motivadas generalmente por hechos económicos, sociales o políticos. El caso más claro de tensión lingüística es la diglosia, esto es, la situación que se produce cuando dos o más lenguas o dialectos se distribuyen las distintas funciones comunicativas en el seno de una comunidad determinada. Una situación de ese tipo se percibe, de hecho, en el momento en que comienzan los estudios lingüísticos y gramaticales de la Antigüedad (siglos V-IV a.C.). El griego se había dividido progresivamente en dos dialectos diferentes: el estándar literario y el griego hablado [koiné]. Ese hecho lingüístico era producto de la expansión territorial de Atenas, que supuso, a su vez, la enseñanza de un griego estandarizado a hablantes no nativos y el estudio creciente de la literatura helénica clásica, escrita en una variedad lingüística que no era inmediatamente accesible para los hablantes. En ese contexto sociocultural, se hizo necesario establecer la gramática y la fonética del griego “correcto”, y ese fue el punto de partida para una serie de polémicas filosóficas acerca de la naturaleza y el uso del lenguaje.
En cuanto a la reflexión teórica, se reconocen dos ejes fundamentales que articulan las principales discusiones sobre la naturaleza del lenguaje en Grecia y, más tarde, también en Roma. Por un lado, se puede distinguir una oposición (planteada en el Cratilo de Platón) entre esencialistas y convencionalistas.
Así, los filósofos estoicos suponen que la relación entre los nombres y los objetos nombrados está “naturalmente” motivada o, en otros términos, que hay una relación necesaria entre las cosas y sus nombres. Ello implicaría que todas las palabras se originan como onomatopeyas (por ejemplo, ring, ay, quiquiriquí), en las que encontramos una semejanza con sonidos no articulados de la “realidad”. Otros autores, como Aristóteles, rescatan en cambio la arbitrariedad de la relación entre los signos y las cosas y el carácter básicamente convencional de todas las palabras (incluidas las onomatopeyas).
Por otro lado, puede trazarse una oposición entre analogistas y anomalistas, es decir entre los que conciben a la analogía (es decir, las regularidades) como la propiedad definitoria de la lengua (por ejemplo, Aristóteles), en oposición a aquellos que destacan su carácter anómalo o irregular (por ejemplo, los estoicos). Esta última oposición, a su vez, se cruza con ciertas posiciones normativas sobre el “buen griego”, ya que, generalmente, los analogistas suelen considerar que la lengua correcta se restringe a un conjunto de fenómenos mucho más acotado que los anomalistas.
Con respecto a la descripción de la lengua, una revisión desde la perspectiva de la lingüística moderna deja ver que los avances griegos en materia etimológica han sido muy limitados, ya que se basan en intuiciones e hipótesis muy poco científicas. En cambio, la sistematización de la fonética, impulsada en parte por la necesidad de unificar una lengua con un amplio alcance territorial, obtuvo más logros, incluyendo una clasificación de los sonidos desde el punto de vista articulatorio, el reconocimiento de la sílaba como unidad y un conocimiento rudimentario de los procesos fisiológicos involucrados (que, de hecho, han permitido a los estudiosos modernos reconstruir el sistema fonético del griego). El terreno en el que los estudios griegos sobre los fenómenos lingüísticos parece más rico es la gramática. El nacimiento de la gramática griega puede fecharse en el siglo V a.C, en consonancia con las primeras discusiones filosóficas de Sócrates, Platón, Aristóteles y los estoicos en torno a la naturaleza del lenguaje. Los dos gramáticos griegos más representativos pertenecen a la llamada escuela alejandrina: Dionisio el Tracio (circa 100 a.C.) y Apolonio Díscolo (siglo II d.C.). Ambos gramáticos hacen hincapié en las clases de palabras, siguiendo el denominado modelo de la palabra y el paradigma, que estudia las características definitorias de las clases de palabras, así como los paradigmas flexivos que constituyen las palabras variables. Dionisio reconoce ocho clases de palabras (nombre, verbo, participio, artículo, pronombre, preposición, adverbio, conjunción), en una clasificación que sería retomada casi sin cambios en las gramáticas latinas y durante la Edad Media. Distingue las cinco primeras clases por ser variables, describiendo en detalle las categorías morfológicas que puede expresar cada una (género, número, caso, tiempo, aspecto, modo, voz, etc.). Por su parte, Apolonio hace mayor hincapié en la relación entre las categorías morfológicas y la sintaxis, esto es, en las relaciones de rección y de dependencia o concordancia entre diferentes constituyentes de la oración (i.e., sujeto y verbo, nombre, adjetivo y artículo, verbo y caso de sus complementos, etcétera).
Desde el punto de vista teórico, los gramáticos romanos se consideran meros continuadores de los griegos, aunque se reconoce originalidad al trabajo de Varrón (116-27 a. C.), de quien se conservan 6 de los 25 volúmenes de De lingua latina, una obra monumental dedicada a la etimología, la morfología y la sintaxis del latín. A Varrón se debe la primera distinción entre la morfología flexiva (que se ocupa de la declinación, según su terminología, y que es básicamente regular y uniforme para todos los hablantes) y la morfología derivativa (que permite acrecentar el vocabulario y que es mucho más variable en uso y aceptabilidad entre los hablantes).
A mitad de camino entre la Antigüedad y la Edad Media, Prisciano (siglo V) sigue básicamente el modelo teórico de la palabra y el paradigma de Dionisio el Tracio. El mayor logro de su Institutiones grammaticae consistió en establecer una sistematización del latín utilizado en la literatura latina clásica, que sirvió como obra de referencia y autoridad en la Edad Media (durante la cual llegaron a contabilizarse más de mil manuscritos que circulaban en los diversos países europeos).


La lingüística en la Edad Media
Las características de los estudios lingüísticos durante la Edad Media son consecuencia directa de ciertas condiciones socioculturales. Fundamentalmente, la ausencia de una clase ilustrada fuera del ámbito religioso, característica del régimen feudal, llevó a la entronización del latín como única lengua de la cultura, con la consiguiente falta de escritura para las lenguas vernáculas europeas. Por otra parte, luego de la caída del Imperio Romano, las lenguas vernáculas europeas se alejan progresivamente del latín clásico.
A diferencia de Grecia o Roma, entonces, la descripción gramatical en la Edad Media se ocupa de una lengua muerta, puramente escrita, por lo que áreas como la fonética, que había alcanzado bastante desarrollo en Grecia y Roma, desaparecen de los estudios lingüísticos.
Por otra parte, a partir de Boecio (siglo VI), la gramática formará parte del trivium medieval: junto con la lógica y la retórica constituye una de las disciplinas imprescindibles en la formación de los hombres letrados. Como obras de autoridad circulan la ya citada gramática latina de Prisciano y la de Donato (siglo IV), a las que otras obras sólo agregan comentarios y glosas (como los de Isidoro de Sevilla en el siglo VII).
Desde el punto de vista teórico, durante la Edad Media prácticamente se reproducen las discusiones de la Antigüedad, tomando como fuente de autoridad a Aristóteles. Lo más original que se haya producido en todo ese período histórico –observa Robbins (1967)- llega recién con el espíritu universalista en las gramáticas especulativas en el período de la filosofía escolástica (1100-1350), como en la observación de Roger Bacon de que hay una sola gramática en todas las lenguas, y que las particularidades son meras variaciones accidentales.
También corresponden al período escolástico las discusiones semánticas, como la naturaleza de la significación (por ejemplo, si un signo actúa o no como sustituto de una persona, cosa, etc.), así como el establecimiento de una serie de oposiciones básicas para la lingüística moderna: significado y referencia, connotación y denotación, intensión y extensión. Otro de los puntos de atención privilegiado por la filosofía escolástica, vigente hoy en día, es la distinción entre el lenguaje objeto y el metalenguaje, que permite diferenciar El Papa es Juan de “Papa” tiene cuatro letras.


La primera gramática del español
Una serie de cambios socioculturales que suceden en los siglos XIV-XV son decisivos en los cambios que se producen en la reflexión lingüística posmedieval.
Particularmente importantes son el desplazamiento de los feudos y el surgimiento de los estados nacionales que acompañan la expansión de la alfabetización en las clases altas. De este modo, las lenguas nacionales ganan prestigio y el latín empieza a perder terreno como lengua de la cultura. En ese panorama aparece la primera Gramática de la lengua castellana (1492) de Antonio de Nebrija. De este modo, Nebrija le otorga al castellano, una lengua vernácula, el mismo rango epistemológico que al latín; además de objeto de estudio, el castellano proporciona las herramientas metalingüísticas de descripción. Ambas situaciones habían sido impensables durante la Edad Media.
No parece casual que la Gramática de Nebrija haya aparecido el mismo año en el que Colón descubrió América y en el que, simultáneamente, se decretó la expulsión de judíos y moros de España, dos pruebas fehacientes de la unificación de la España cristiana alrededor del matrimonio de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. Esa unificación llevó, a su vez, a la uniformización y posterior expansión del reino por medio de la religión y de la lengua. Todas estas variables sociopolíticas aparecen explícita o implícitamente en el prólogo de la misma Gramática, que está dedicada a la reina Isabel.
Independientemente de la perspectiva política, la fama de la Gramática de Nebrija se justifica desde el punto de vista lingüístico no sólo por su condición de primera gramática de la lengua. Nebrija era un latinista políglota, lo que se advierte en la comparación de las características gramaticales del castellano con las de otras lenguas (latín, griego, hebreo, árabe, francés, etc.). Sin embargo, su Gramática de la lengua castellana se aparta innovadoramente del modelo medieval en varios puntos, y hace hincapié en las particularidades de nuestra lengua. Entre otras acertadas observaciones empíricas, que se retoman aún hoy en día, Nebrija rescata el valor de las preposiciones en el sistema castellano, en contraposición a la función de los casos en latín; reconoce la importancia del artículo en la gramática castellana; señala la oposición contable/no contable en la marcación de plural en los nombres; reconoce una única voz flexiva (la activa, en oposición a la pasiva y la media) y las diversas funciones sintácticas que cumple el pronombre se, inexistente en latín; establece la oposición entre verbos transitivos e intransitivos, una oposición que en latín, por el sistema de casos, es superflua (López García, 1995).


En busca del lenguaje perfecto
Una vez elevadas las lenguas europeas al rango de legítimos objetos de estudio, en los siglos siguientes la reflexión lingüística se centrará en la relación entre lenguaje y pensamiento, en parte gracias a la influencia de la filosofía racionalista inaugurada por René Descartes. Así, en los siglos XVII y XVIII diversos filósofos (como Francis Bacon o Gottfried Leibniz) destacan las numerosas “imperfecciones” de las lenguas naturales, que interfieren en la comunicación transparente de las ideas, planteando una distinción entre las gramáticas empíricas (entendidas como descripciones de lenguas particulares) y la gramática general o filosófica, más abstracta. Entre aquellos que en el siglo XVII intentan proponer un sistema que permita expresar inequívocamente el conocimiento, el pensamiento y las ideas se cuenta John Wilkins, que escribe Essay towards a real character and a philosophical language (1668), que ha sido tema de un famoso ensayo de Jorge Luis Borges (“El idioma analítico de John Wilkins”). Esta obra monumental, de más de 600 páginas, pretende lograr una esquematización completa del conocimiento humano a partir de un lenguaje perfecto. Así, según Wilkins, todas las palabras podrían ser expresadas económica y sistemáticamente por medio de una serie de nociones básicas: relaciones abstractas, acciones, procesos, conceptos lógicos, géneros naturales, especies de cosas animadas e inanimadas y relaciones físicas e institucionalizadas entre seres humanos.
El mismo espíritu racionalista está presente en la influyente Grammaire générale et raisonnée (1660) de Antoine Arnauld y Claude Lancelot. La llamada Gramática de Port Royal (por la obra religiosa a la que pertenecían los autores) intenta reconstruir una única gramática subyacente que aparece en diferentes lenguas (el latín, el griego, el hebreo y diversas lenguas europeas), con el fin de captar la forma del pensamiento y el razonamiento humano. Para los gramáticos de Port Royal, las clases de palabras se reducen a dos, básicas: los objetos y la manera o la forma del pensamiento, que remiten a la clásica dicotomía entre nombre y verbos. Una propuesta de Port Royal que ha sido reivindicada desde la gramática generativa (véase Chomsky 1966) es la idea de que ciertas oraciones complejas deben reescribirse como la fusión de varias oraciones simples (así, la oración Dios, que es invisible, ha creado el mundo, que es visible es resultado de la sucesiva fusión de Dios es invisible, Dios ha creado el mundo, El mundo es visible). Con el mismo objeto de reconocer constantes universales se propone que todas las lenguas tienen un sistema de casos subyacente, que puede aparecer como caso morfológico en lenguas como el latín o el griego, pero también expresarse por medio de preposiciones o del mismo orden de palabras.
Los continuadores de la obra de Port Royal son muchos; entre ellos cabe mencionar a Etienne Bonnot de Condillac, que en su primer volumen de Essai sur le origine des connoissances humaines (1746) se refiere al problema filosófico del origen del lenguaje, proponiendo que los gestos y gritos originales habrían evolucionado lentamente hacia un sistema fonético articulado por medio del cual se conforman el vocabulario y la gramática de las lenguas, y también a Nicolas Beauzée, que escribe una Grammaire générale, ou exposition raisonée des éléments nécessaires des langages (1767) donde se oponen la gramática general y la gramática de una lengua particular en tanto ciencia y arte respectivamente. Beauzée y Condillac influyeron en las ideas sobre el lenguaje de la filosofía iluminista de habla francesa: Jean-Jacques Rousseau cita explícitamente a Condillac y Du Marsais reproduce en la Enciclopedia diversas ideas que pueden considerarse como herederas más o menos directas de Port Royal.
En forma independiente de la discusión filosófica acerca del carácter del lenguaje, un campo lingüístico que se desarrolla en los siglos XVI–XVIII es el de la descripción de lenguas “exóticas”, que acompaña la colonización europea de América primero y de Asia y África más tarde, así como la acción “civilizadora” y “evangelizadora” llevada a cabo en esos continentes. En forma paralela, se desarrollan las primeras gramáticas normativas, con la creación de las correspondientes Academias nacionales, que buscan establecer una norma culta para las lenguas europeas. En el caso particular de nuestra lengua, la primera Gramática de la Real Academia Española data de 1771.


La lingüística del siglo XIX
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Hay consenso entre los historiadores de la lingüística en considerar que el nacimiento de la lingüística “científica” en el mundo occidental tuvo lugar a principios del siglo XIX. En efecto, a lo largo de ese siglo los hechos del lenguaje se empezaron a analizar de manera cuidadosa y objetiva, y se comenzaron a ser explicados a partir de hipótesis inductivas (es decir, hipótesis que derivaban de esos hechos).
La gramática especulativa de los escolásticos y de sus sucesores de Port Royal puede considerarse “científica” de acuerdo a cómo se entendía en ese tiempo el “conocimiento seguro”: sus demostraciones causales de por qué las lenguas eran como eran estaban basadas en principios que se suponían universalmente válidos. Este modo de pensar, sin embargo, entró en crisis a finales del siglo XVIII, cuando se produjo una insatisfacción general respecto de las explicaciones a priori y las llamadas explicaciones lógicas, y comenzó entonces a surgir una preferencia por el razonamiento de tipo histórico. Este cambio de “mirada” no se restringió al estudio del lenguaje sino que se extendió al estudio de todas las instituciones humanas, bajo la evidencia de que todas ellas se hallaban sujetas a evolución y cambio.
Otro aspecto sociocultural de envergadura para entender el desarrollo de la lingüística durante el siglo XIX fue el romanticismo, que se desarrolló a finales del siglo XVIII, con epicentro en Alemania. Tal movimiento fue una reacción contra el clasicismo y el racionalismo del siglo precedente, y llevó a los intelectuales y estudiosos de la época a indagar en la propia historia y la propia literatura en búsqueda de nuevos cánones de valores literarios. En Alemania, por ejemplo, esto se reflejó en un importante interés por el estudio de las lenguas germánicas antiguas (gótico, antiguo alto alemán, etc.). Herder (1744-1803) sostuvo que existe una conexión estrecha entre lengua y carácter nacional, idea que profundiza W. Humboldt (1767-1835) en su tesis acerca de que cada lengua tiene su estructura distintiva propia, que refleja y condiciona los modos de pensamiento del pueblo que la usa.
En términos generales puede decirse que la ciencia lingüística durante este siglo estuvo marcada por los logros de las ciencias naturales y de la historia (romanticismo) en un primer momento; luego será la psicología la ciencia que impacte fuertemente en la lingüística influida (en los Neogramáticos) y más tarde, entrando en el siglo XX, la sociología (Meillet/Saussure).


La tradición gramatical india
Uno de los principales factores del desarrollo de la lingüística del siglo XIX –a la que algunos autores, como Lyons, denominan genéricamente como la “filología comparativa”- fue sin lugar a dudas el descubrimiento y la toma en consideración de la tradición gramatical india o hindú por estudiosos europeos.
Distintos historiadores de la lingüística coinciden en señalar que hay dos aspectos en los cuales la lingüística india puede considerarse superior a la gramática tradicional occidental: en los estudios sobre fonética y sobre la estructura interna de la palabra. Los estudios gramaticales indios parecen haber tenido su origen en la necesidad de preservar intacto no sólo el texto, sino también la pronunciación de los himnos védicos, cuya precisa y segura recitación se consideraba esencial para su eficacia en el ritual hindú. Se considera que la clasificación hindú de los sonidos fue más detallada, segura y sólidamente basada en la observación y el experimento que cualquier otra en Europa. Sólo en las últimas décadas del siglo XIX la ciencia fonética en Europa alcanzó relevancia, por la influencia del descubrimiento y la traducción de los tratados lingüísticos hindúes.
El más importante gramático indio fue Panini (siglo V o IV antes de Cristo), aunque parece haber habido una extensa tradición gramatical anterior (Panini menciona en su gramática a 68 predecesores importantes, Mounin, 1989: 70). La gramática del sánscrito de Panini ha sido caracterizada como claramente superior a toda gramática conocida, debido a su exhaustividad (habida cuenta de que se restringía a la estructura interna de las palabras), su consistencia interna y su economía. Está constituida por 4.000 aforismos o sutra, “cuyo encadenamiento y formulación configuran un conjunto de rigor algebraico” (Mounin, pág. 70).
La influencia de las rigurosas descripciones fonéticas de los gramáticos indios no se hace sentir inmediatamente en el trabajo fonético de los europeos: el comparatismo naciente del siglo XIX reflexiona casi siempre sobre las letras y no sobre los sonidos. Sólo entre 1850 y 1875 la fonética recibirá consideración de la lingüística y se incorporará decididamente en los estudios sobre el cambio lingüístico. Tampoco influye inmediatamente el conocimiento por parte de los europeos de la morfología transparente del sánscrito: por ejemplo, se retoma con entusiasmo la noción de raíz de la palabra (en tanto parte central que porta el significado madre) pero no se la emplea para realizar descripciones más rigurosas, sino que se concibe de una manera metafórica, determinada por el espíritu de época –las ciencias naturales, especialmente la botánica- : la raíz es el germen vivo, fecundo. Según W. Schlegel, “las lenguas flexivas son lenguas orgánicas porque encierran un principio vivo de desarrollo y crecimiento y porque son las únicas (...) que tienen una vegetación abundante”. En cambio, las no flexivas poseen palabras que si bien son raíces “son raíces estériles, que no producen plantas ni árboles”1 .


El comparatismo
Es un hecho conocido que diferentes lenguas pueden parecerse a otras en distintos grados.
Por ejemplo, el español y el italiano son muy semejantes en vocabulario y en gramática: evidentemente esto se debe a que son lenguas “emparentadas” que derivan de una lengua común: el latín. Del mismo modo encontramos semejanzas entre el alemán y el inglés, muchas más de las que podemos encontrar entre el inglés y el chino: decir que dos lenguas están relacionadas equivale en lingüística a decir que han evolucionado de una lengua individual anterior y que por lo tanto pertenecen a una misma “familia de lenguas”. La mayoría de las lenguas de Europa y algunas de Asia pertenecen a la familia indoeuropea; dentro de esa familia hay diferentes “ramas” o subfamilias, por ejemplo, las lenguas romances (francés, español, italiano, catalán, rumano, portugués, etc.), las lenguas germánicas (alemán, inglés, sueco, etc.), las lenguas eslavas (ruso, polaco, checo, etc.), etcétera.
La lingüística de la primera mitad del siglo XIX se conoce con el nombre de comparatismo, por su interés en la comparación y el establecimiento de familias de lenguas y la búsqueda de las lenguas primitivas. Este propósito principal de los lingüistas de este tiempo encontró una fuerte motivación no tanto dentro de la lingüística, sino en disciplinas vecinas: el método comparativo se había mostrado exitoso en la anatomía, la biología y la paleontología. La palabra clave de la nueva ciencia lingüística es “organismo”, que se ha perfilado ya en las metáforas y comparaciones mencionadas en el apartado anterior. El propósito de los comparatistas es, sobre la base del conocimiento del sánscrito y de sus similitudes con el griego y el latín, extender la comparación de las lenguas principales y poder proporcionar soluciones para dilucidar la genealogía de las lenguas.
Un pionero de los estudios comparatistas es Rasmus Rask (1787-1832), un filólogo danés cuya obra inicial fue una gramática del antiguo islandés. Puede considerarse el primer comparatista, dado que estudió las relaciones entre el islandés, las lenguas escandinavas y germánicas, griego, latín, lituano, eslavo y armenio. Su obra, sin embargo, permaneció por largo tiempo desconocida y recibió poca atención, probablemente porque sus trabajos fueron escritos en danés y no en una lengua “principal”.
La figura central y que más ha trascendido es la de Franz Bopp (1791-1867), a quien se ha denominado el “padre de la lingüística”. Oriundo de Maguncia, estudió en París con filólogos de renombre el persa, el árabe, el hebreo y el sánscrito. Su primera monografía publicada se tituló “El sistema de conjugación del sánscrito en comparación con el del griego, latín, persa y germánico”. Considera la lengua como un organismo vivo, piensa que el sánscrito no es la lengua madre, sino sólo más antigua que el griego y que el latín; postula la existencia de una lengua primitiva (y única) de la que derivarían las demás lenguas. Su idea es que el sánscrito –por su morfología cristalina- permite remontarse al primer estado de lengua, a las primeras palabras (que serían raíces monosilábicas). Bopp significa un corte de navaja respecto de toda la tradición gramatical anterior: para él las lenguas merecen estudiarse por sí mismas, como objeto y medio de conocimiento y ya no como un modo de acceso al conocimiento. Su modernidad se hace evidente cuando se constata que este pensamiento es justamente el que cierra el Curso de Lingüística General de F. de Saussure: “la lingüística tiene por único y verdadero objeto la lengua considerada en sí misma y por sí misma”. 2
W. von Humboldt (1767-1835) es otra de las figuras descollantes de la primera parte del siglo XIX. Fue diplomático, lo cual le permitió residir en distintos países, funcionario del gobierno, alcanzó la jerarquía de ministro y, entre otros logros, fundó la Universidad de Berlín. Humboldt fue un intelectual preocupado por todos los problemas de su tiempo y sus publicaciones reflejan esa diversidad de intereses: sólo escribe dos trabajos estrictamente técnicos, no filosóficos, sobre el lenguaje (sobre la lengua vasca y sobre el problema del dual).
Los temas de Humboldt son diversos: por un lado, la descripción del organismo de las lenguas, al que denomina también estructura. Sus escritos permiten descubrir un interés tipológico, el deseo de una clasificación de lenguas de acuerdo con sus estructuras. Por otro lado, esencialmente le interesa la formación de las lenguas, el poder remontarse a sus orígenes, a lo cual, en su pensamiento, puede llegarse más por consideraciones metafísicas que lingüísticas.
Para Humboldt el lenguaje es un don natural, una propiedad innata, específica del hombre (hombre y lenguaje nacen a la vez). Por otra parte, considera que la lengua es el órgano que forma el pensamiento, que expresa y conforma el espíritu nacional, la visión de mundo propia de ese pueblo, convicción que refleja con nitidez su ideología netamente romántica. Así, la diversidad de las lenguas es una prueba de la diversidad de las mentalidades.


La lingüística del siglo XIX
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Un lingüista sobresaliente del siglo XIX es Schleicher (1821-1867), quien fue el primero en aplicar sistemáticamente la técnica de la reconstrucción de lenguas, que explicamos más adelante. Schleicher cierra el período dominantemente comparatista y es reconocido por el rigor de su método, por la concepción de la fonética real (es decir, aquella que efectivamente se refiere a las articulaciones y ya no a las letras) y por haber proporcionado por primera vez en la historia de la lingüística un estudio descriptivo e histórico de una lengua popular no literaria –el lituano– analizada a partir de sus formas orales.
Schleicher tiene un lugar central en los estudios comparatistas por sus trabajos de reconstrucción del indoeuropeo: la técnica empleada para reconstruir una forma del indoeuropeo consistía en reunir todas las formas de una palabra sobrevivientes en las lenguas indoeuropeas, por ejemplo: sánscrito, ašvas, griego, hippos, lat. equus, iranio, aspa, etc.Luego aplicar las leyes de correlación establecidas de una lengua a otra: sánscrito š = latín qw; etc., para después determinar las formas que representan los estadios más arcaicos, basándose en leyes de evolución fonética.
Schleicher, que fue en primer lugar botánico y que encarnó de manera paradigmática la impronta de las ciencias naturales en la lingüística, lleva la tesis de la lengua como organismo a su formulación más fuerte: para él, la lengua es una obra de la naturaleza, un organismo natural; por lo tanto, la lingüística no es una ciencia humana, sino una ciencia natural. Por otra parte, es importante destacar que este estudioso asimiló rápidamente la teoría de la evolución de las especies de Darwin (1859) y la trasladó y aplicó en su concepción biologista de la lengua: esta evoluciona como un organismo, es decir, las lenguas nacen, se desarrollan, declinan y mueren. Esta concepción ha sido objeto de justificada crítica, debido a que entraña la exclusión de lo social, en tanto aspecto constitutivo de las lenguas, y a su empleo para justificar la postergación y extinción de lenguas minoritarias o en peligro.
Los neogramáticos
El nombre de “neogramáticos” (estrictamente, “jóvenes gramáticos” – Junggrammatiker-) era un apodo de raíz política que adoptaron un grupo de jóvenes lingüistas que trabajaban en Leipzig (Alemania). El apodo designaba en el argot estudiantil a los oyentes reacios a las enseñanzas de un renombrado filólogo de la época, Curtius. La crisis con la lingüística anterior se debió a la insatisfacción respecto de los modos de explicar las faltas de correspondencia entre los sonidos de un estado de lengua a otro: frecuentemente los cambios se podían explicar en términos de “leyes fonéticas”; sin embargo, cuando tales correspondencias no se daban, las anomalías se explicaban mediante hipótesis indemostrables, generalizaciones sin consistencia o referencias al sánscrito, al que, según los jóvenes lingüistas, se le concedía una atención excesiva.
La esencia de la teoría de los neogramáticos fue presentada de manera sumaria en un artículo programático incluido en una publicación fundada por dos de sus mayores representantes, H. Osthoff (1847-1909) y K. Brugmann (1849-1919). En ese famoso artículo afirmaron que todos los cambios fonéticos, en tanto procesos mecánicos, ocurren a partir de reglas que no tienen excepción dentro del mismo dialecto, y que el mismo sonido se desarrollará en el mismo contexto siempre de la misma manera. Es decir, que dan a las leyes fonéticas un carácter absoluto, las excepciones pueden explicarse también a partir de reglas, que solamente tienen que ser descubiertas. Así la fonética recibió un gran impulso en esta etapa, impulso que se vio potenciado por el énfasis de los neogramáticos en las lenguas vivientes y en su posición tajante respecto de la inadecuación de las letras para dar información acerca de la pronunciación de las lenguas muertas.
Un nombre que es preciso citar dentro de este movimiento es el de Hermann Paul (1846-1921) y su obra Principios de la Historia de la lengua (1880), que mereció varias ediciones hasta 1920. Con este nombre debe asociarse la segunda tesis de los neogramáticos: para ellos la lingüística es una ciencia histórica. De allí que junto con un interés explícito por la aplicación rigurosa de las leyes fonéticas, se otorgue una importancia capital a la investigación de todos los estados de lengua intermedios entre un punto de partida y un punto de llegada determinados, y no ya a la búsqueda de la lengua originaria o los períodos más antiguos.
Las afirmaciones de Schleicher acerca de los períodos prehistóricos e históricos de las lenguas y sus metáforas sobre la “juventud” y “vejez” de las lenguas son blanco de críticas virulentas por parte de los neogramáticos. Para estos la lengua no es un organismo supraindividual con impronta biológica –como en Humboldt y en Schleicher– sino que simplemente tiene existencia en los individuos que conforman una comunidad de habla. Por último, debe mencionarse el psicologismo de los neogramáticos: para ellos la psicología, que se convirtió en la “ciencia estrella” de las ciencias humanas de la época, es un instrumento de investigación para estudiar las relaciones entre lengua y pensamiento y para dar cuenta de la psicología del individuo creador aislado.
La obra de los neogramáticos, por último, fue relevante en el campo de los estudios dialectológicos, que se convirtieron en un campo central de estudio, debido a que las variantes regionales pueden ayudar a explicar el cambio lingüístico, en tanto representan la última etapa en la diversificación de la gran familia indoeuropea. Es interesante notar que, sin embargo, fueron investigadores de la dialectología, como H. Schuchardt y J. Gilliéron (responsable del atlas lingüístico de Francia) quienes formularon las críticas más importantes a la concepción universalista de las leyes fonéticas de los neogramáticos: los cambios en las formas fonéticas de las palabras, sostuvieron, pueden ocurrir por factores que no afectan categorías de sonidos sino palabras individuales: las palabras pueden desviarse de su desarrollo fonético esperable por diversos factores como el choque homonímico, la extensión o reducción excesiva, cercanía o coincidencia con palabras tabús, etimologías populares o falsas, préstamos de dialectos de mayor prestigio, etc. Tales sucesos son individuales y altamente variables y su conocimiento y sistematización sólo puede explicarse a partir del conocimiento de los factores contextuales, que no pueden predecirse.


La escuela idealista o estética
Los llamados miembros de la escuela idealista o estética enfatizaron el papel del hablante individual como originador y difusor de los cambios lingüísticos. Su líder era K. Vossler, de la Universidad de Munich, quien adscribía a las ideas sobre la naturaleza del lenguaje de Humboldt y del filósofo italiano B. Croce. Como Humboldt, enfatizaba el carácter individual y creativo de la competencia lingüística de los hablantes.
Los idealistas compartían con los neogramáticos la orientación histórica en el estudio de las lenguas, pero explicaban la evolución a partir de criterios muy diferentes: todos los cambios lingüísticos comienzan con innovaciones en los hábitos lingüísticos individuales y estas innovaciones pueden dar lugar a alteraciones, que son imitadas por otros y difundidas. Los idealistas, a diferencia de los neogramáticos, que insistían en la “necesidad ciega” de los cambios fonéticos, destacaron el papel consciente del individuo en estos procesos de cambio. La lengua es primariamente expresión del individuo y el cambio lingüístico es el trabajo consciente de los individuos, que generalmente está motivado por consideración estéticas.
Recapitulación
La lingüística comparativa e histórica del siglo XIX es considerada la etapa inicial de la ciencia lingüística porque fue capaz de elaborar una teoría y una metodología de investigación a partir de las cuales estudiar la historia de las lenguas. Si bien estuvo muy concentrada en la investigación de la gran familia indoeuropea, el trabajo de los lingüistas de este siglo proporcionó un marco de análisis que -más allá de las críticas- dio importantes resultados para el conocimiento de otras familias de lenguas. Además, se produjeron importantes avances en el campo de la fonética, especialmente, el reconocimiento teórico y práctico del principio de que las letras (en el sistema de escritura alfabética) son meramente símbolos para los sonidos en la lengua hablada correspondiente. Por último, a partir del siglo XIX, se avanzó hacia un entendimiento más correcto de la relación entre lenguas y dialectos: el estudio intensivo de la historia de las lenguas clásicas y modernas de Europa dejó en claro que los varios “dialectos” regionales no son versiones imperfectas y distorsionadas de las lenguas literarias estándar, y que las diferencias entre “lenguas” y “dialectos” estrechamente relacionados eran en su mayor parte más políticas y culturales que lingüísticas.
1 Cfr. Mounin, 1989:164.
2 F. de Saussure, Curso de Lingüística General, pág. 364.

LA LINGÜÍSTICA DEL SIGLO XX
El estructuralismo
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El siglo XX instaura lo que se denomina la lingüística moderna, cuyo fundador reconocido es sin lugar a dudas el lingüista suizo, nacido en Ginebra, Ferdinand de Saussure (1857-1913). Si bien pueden reconocerse líneas de continuidad con la lingüística del siglo XIX, la lingüística del siglo XX se caracteriza como “moderna” en razón de algunas convicciones salientes que la distinguen de la del siglo anterior y que debemos a la obra de F. de Saussure.
Esas convicciones son:
1. la orientación descriptiva (no prescriptiva) de la lingüística;
2. la prioridad de la lengua oral por sobre la escrita;
3. la asunción de la importancia de todas las lenguas, independientemente del grado de desarrollo o poder de sus comunidades hablantes;
4. la prioridad otorgada a la descripción sincrónica por sobre los estudios diacrónicos.
Ferdinand de Saussure (1857-1913)
Ferdinand de Saussure, considerado el “padre” de la lingüística, ha influido en las generaciones posteriores de una manera decisiva; esa influencia la ejerció a partir de una recopilación de sus conferencias, reconstruidas a partir de los cuadernos de apuntes de sus discípulos, que se publicó por primera vez en 1916. El Curso de Lingüística General, preparado por dos de sus discípulos (Charles Bally y Albert Sechehaye), presenta por lo tanto unas características que hacen difícil determinar el grado de exactitud y fidelidad con las ideas del lingüista, además de algunos fragmentos en los que la argumentación pierde intensidad o revela ciertas inconsistencias con otros enunciados del Curso1.
Es interesante destacar que la primera traducción del Curso de Lingüística General al español fue realizada por Amado Alonso en 1945, durante su época de exilio en Buenos Aires (Ed. Losada). El prólogo de Amado Alonso es una referencia iluminadora para la lectura del Curso, al que califica como “el mejor cuerpo organizado de doctrinas lingüísticas que ha producido el positivismo”. Saussure, en efecto, tiene como finalidad superior de sus reflexiones poder conferir dimensión de “ciencia” a la lingüística; para ello, es preciso dar con un objeto de estudio homogéneo, no complejo, susceptible de ser analizado mediante métodos rigurosos.
Para Saussure el campo de la lingüística está compuesto por todas las manifestaciones del lenguaje humano, todas las formas expresivas, sin discriminar entre “buenos” y “malos usos” y sin considerar el grado de civilización de sus hablantes. La tarea de la lingüística es por tanto realizar la descripción e historia de todas las lenguas, encontrar los principios generales de sus funcionamientos y, fundamentalmente, deslindarse y definirse ella misma.
Deslindar y definir el objeto de la lingüística: lengua y habla
Saussure distingue en primer lugar una facultad lingüística general, que nos da la naturaleza como especie y que nos permite “el ejercicio del lenguaje”. Pero, ¿cuál es el objeto de la lingüística? El lenguaje es “multiforme y heteróclito”, susceptible de ser analizado desde muy distintas perspectivas (física, fisiológica, psíquica, individual, social), tiene carácter estático pero dinámico, actual y simultáneamente pasado. Para construir un objeto de estudio que confiera a la lingüística el carácter de ciencia, Saussure acuña la dicotomía lengua y habla. Lengua y habla son dos aspectos –esencialmente distintos- del lenguaje. Influido fuertemente por el pensamiento del sociólogo y antropólogo E. Durkheim (1858-1917), define la lengua como un “hecho social”, un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones, adoptadas por la comunidad, para permitir el ejercicio de la facultad lingüística entre los individuos.
Para avanzar en la delimitación, Saussure parte de un esquema elemental del acto individual de comunicación: el punto de partida es el cerebro del hablante, en el que se produce el encuentro entre el concepto (los conceptos son definidos como hechos de conciencia) y la imagen acústica (las representaciones de los signos lingüísticos que sirven para su expresión). Saussure delimita en el acto de comunicación los aspectos físicos (ondas sonoras), los fisiológicos (fonación y audición) y los psíquicos (la unión de conceptos e imágenes verbales). Añade a las fases del circuito comunicativo una “facultad de asociación y coordinación” que desempeña el papel principal en la organización de la lengua como sistema y que se pone en juego cada vez que no se trate de signos aislados.
El lugar de la lengua se ubica en el cerebro de los hablantes, en la suma de imágenes verbales y sus correspondientes conceptos almacenada en todos los individuos. La lengua es un tesoro depositado por la práctica del habla en todos los sujetos que pertenecen a la misma comunidad; se trata de un sistema virtualmente existente en el conjunto de los individuos. En efecto, la lengua es esencialmente social, nunca está completa en el cerebro individual y es “exterior” al individuo. Por otra parte, es un producto que se registra pasivamente; el individuo no puede por sí mismo crearla ni modificarla: es homologable a una especie de contrato establecido en la comunidad y para conocer su funcionamiento es preciso realizar una tarea de aprendizaje. Es, por eso, un hecho histórico. Por el contrario el habla tiene un carácter esencialmente individual: se trata de un acto de voluntad e inteligencia de los hablantes; tiene un carácter “más o menos accidental”, incluye los aspectos físicos y fisiológicos, y contrariamente a la lengua es algo “accesorio” (un individuo privado del habla por determinada patología puede seguir poseyendo su lengua). La lengua, si bien es un objeto psíquico, tiene naturaleza concreta, dado que los signos tienen un lugar real en el cerebro y son representables mediante imágenes convencionales. Un diccionario y una gramática pueden ser una representación fiel de una lengua. La lengua, sostiene Saussure, es forma y no sustancia, es el terreno de las articulaciones entre el plano de los conceptos y de la sustancia fónica.
De esta manera, Saussure consigue construir un objeto de estudio homogéneo, distinto del habla, que puede estudiarse separadamente: un sistema de signos en el que es esencial la unión del sentido y la imagen acústica. Puede concluirse entonces que la teoría saussureana otorga al léxico (en tanto conjunto de signos) un carácter esencial en el sistema de la lengua.
Saussure considera que la lingüística es una parte de la semiología, “la ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social”, y define como tarea del lingüista determinar por qué la lengua es un sistema especial de signos dentro del conjunto de hechos semiológicos. De esta manera la lingüística es una subdisiciplina dentro de la psicología social y, en última instancia, de la psicología.


El signo lingüístico
El signo lingüístico consiste en una asociación entre el concepto y la imagen acústica, se trata de una delimitación convencional en una masa amorfa de contenido (“una nebulosa”) de cierta significación, mediante una forma lingüística: sólo pueden distinguirse conceptos en virtud de su estar ligados a un significante particular. La lengua oficia así de intermediaria entre el pensamiento y el sonido. El signo lingüístico es una entidad psicológica de dos caras, que Saussure denomina significado y significante (para el concepto y la imagen acústica, respectivamente) de manera de trasmitir la unidad indisoluble que conforma el signo como totalidad.
Significado y significante están en una relación de interdependencia; el vínculo entre ellos es arbitrario, es decir, inmotivado: no hay razón para que a determinado significado le corresponda determinado significante y viceversa, hecho que prueba la existencia misma de distintas lenguas naturales (para un mismo significado, en español: mesa de luz; francés: nuittable; inglés: nighttable; alemán: Nachttisch; nótese además que el español conceptualiza de manera distinta de las demás lenguas esa significación). Por otra parte, el signo lingüístico es lineal debido al carácter auditivo del significante: tiene lugar necesariamente en la dimensión tiempo y asume sus características (representa una extensión mensurable).
Los elementos del significante se disponen secuencialmente y forman una cadena, lo cual es evidente en la escritura. El signo lingüístico es inmutable en relación con el individuo y la masa hablante que lo emplea: la lengua es siempre herencia de una época precedente, es “la carta forzada” y por tanto no puede cambiarse por la libre voluntad. Sin embargo, en relación con la dimensión tiempo, el signo lingüístico es mutable, puesto que es susceptible de alteración tanto en el plano del significante como del significado (cfr. latín clásico: necare, ‘matar’; español: anegar; francés: noyer, ‘ahogar’ ).


El estructuralismo- Sistema y valor
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La lengua es un sistema de valores puros, que son establecidos por el hecho social: los valores de los signos lingüísticos se basan en el uso y el consenso de la comunidad. Un elemento del sistema no tiene valor sino en su relación con la totalidad del sistema; la lengua es un sistema en el que todos sus elementos son solidarios y en el que el valor de cada uno resulta de la presencia simultánea de los otros. La noción de valor se verifica tanto en el plano del significado como en el plano del significante.
Dentro de una misma lengua, las palabras con un significado general común se delimitan recíprocamente (valiente, audaz, temerario); las palabras de distintas lenguas no siempre tienen una correspondencia uno a uno (el inglés emplea fish indistintamente para pescado y pez, que en español se oponen por el rasgo +/- viviente; sus valores respectivos emanan de las diferencias que constituyen el sistema total del inglés y el español respectivamente). En cuanto al plano del significante, son sólo las diferencias opositivas las que configuran los valores de los elementos: hay cierto margen de flexibilidad para la realización de determinados fonemas (en la Argentina encontramos distintas pronunciaciones según las variantes regionales y sociolectales para la palabra lluvia ([lubja]; [šubja], [žubja], que portan el mismo valor distintivo; sin embargo, tal flexibilidad no podría trasladarse al sistema fonológico del francés). Saussure concluye que en la lengua no hay más que diferencias conceptuales y fónicas que resultan del sistema y que ponen en relación de valor a todos sus elementos.


Relaciones sintagmáticas y asociativas
Las relaciones entre los elementos del sistema se realizan en dos órdenes diferentes que corresponden a las dos formas de nuestra actividad mental: el orden sintagmático y el orden asociativo o paradigmático. Las relaciones sintagmáticas reflejan la linealidad del signo lingüístico, que condiciona la secuencialidad de todas las expresiones: los elementos se alinean uno detrás del otro en la cadena del habla (fonos, palabras, oraciones); la totalidad resultante es llamada sintagma y se compone de dos o más unidades consecutivas (por ejemplo, ante-poner, Con razón, Aunque llueva, saldré). Se trata de relaciones “en presencia” (puesto que dos o más elementos se hallan igualmente presentes en la serie), ordenadas y que tienen un carácter finito. Las relaciones paradigmáticas se dan en el cerebro del hablante (son relaciones “en ausencia”), que asocia elementos del sistema que tienen algo en común (por ejemplo, altura/frescura/calentura; cariño/afecto/amor; perdón/calefón/atención), es decir, la asociación puede basarse en la presencia de elementos comunes –un sufijo–, en la analogía de significados o en la simple similitud fónica. Los elementos evocados forman una familia asociativa que no tiene un orden dado ni, por lo general, un número definido.


Sincronía y diacronía
Sobre la base de la dimensión del tiempo, Saussure plantea la necesidad de distinguir la perspectiva sincrónica y la perspectiva diacrónica en el estudio lingüístico, necesidad común a todas las ciencias que operan con valores. Así plantea, en primer lugar, una lingüística sincrónica que se ocupa del aspecto estático de la lengua (“el eje de las simultaneidades”), que se instancia como un sistema de puros valores fuera de toda consideración histórica y, en segundo lugar, una lingüística diacrónica (“el eje de las sucesiones”), que estudia la evolución de una lengua. Para Saussure, la oposición entre ambos puntos de vista es absoluta: la lengua es comparada en este sentido con un juego de ajedrez: el valor respectivo de las piezas depende de su posición en el tablero, por lo tanto, el sistema siempre es algo momentáneo, que varía de posición a posición (= el sistema en equilibrio). Los cambios evolutivos (=alteraciones del sistema) no afectan más que a elementos aislados –como el movimiento de una pieza-; esos cambios pueden tener repercusión alta o nula en el sistema total. Ambas perspectivas son igualmente legítimas y necesarias; sin embargo considera que la lingüística ha dedicado una atención excesiva a la diacronía y que debe volverse hacia el estudio de la sincronía, considerada como descripción de estados de lengua. De hecho, todos los estudios rotulados como “descriptivismo” que ocupan la primera mitad del siglo XX provienen más o menos directamente de Saussure.
1 Recientemente se ha editado un volumen que contiene escritos inéditos de Saussure, que habían permanecido ocultos hasta 1996 en la casa familiar, y que ponen tela de juicio el carácter categórico con que son presentadas las famosas dualidades estructuralistas en el Curso de Lingüística General (ver lecturas básicas, Saussure, 2004).


El estructuralismo norteamericano
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El relativismo lingüístico

La escuela del relativismo lingüístico representada por Franz Boas, Edward Sapir y Benjamin Whorf se ha destacado por el trabajo de campo, ya que inaugura la recolección sistemática de datos directos de lenguas “exóticas”, minoritarias, no indoeuropeas y no escritas. Además de utilizar esa metodología, esos autores han reivindicado un valor científico idéntico para todas las lenguas, al contrario de ciertas desviaciones del comparatismo europeo del siglo XIX.
Franz Boas (1858-1942) nació en Minden (Alemania); estudió matemática, física y geografía en las universidades de Heidelberg, Bonn, Kiel y Berlín, antes de mudarse a EE.UU. y dedicarse a la antropología y el estudio de diversas culturas aborígenes. La obra de Boas, dentro de la que se destacan La mentalidad del hombre primitivo [The Mind of Primitive Man] (1911) y Raza, lengua y cultura [Race, Language, and Culture] (1940), integra el estudio de la lengua con el de la cultura, incluyendo religión, arte e historia.
En contraste con aquellos lingüistas del siglo XIX que se apoyaban en las ideas de Darwin para justificar la supremacía de ciertos pueblos y lenguas en una “evolución” paralela a la selección natural (cfr., por ejemplo, Schleicher en “El comparatismo”, dentro de La lingüística del siglo XIX), Boas acentúa el valor idéntico de cada tipo de lengua, con independencia de la raza y el nivel cultural del pueblo asociado. Sostiene, además, que no existen verdaderas “razas puras” y que ninguna raza es innatamente superior a otra. Desde el punto de vista lingüístico, y bajo la influencia de los grandes lingüistas alemanes del siglo XIX, como Herder o Humboldt, Boas argumenta que cada lengua representa una clasificación implícita de la experiencia y que esas clasificaciones son diferentes de acuerdo con las lenguas, pero que eso no tiene ningún efecto en el “nivel” del pensamiento o de la cultura.
Nacido en Alemania en el seno de una familia judía, igual que su maestro Boas, Edward Sapir (1884–1939) se educó en la Universidad de Columbia, en los EE.UU. Si bien se lo suele considerar uno de los padres de la antropología, era lingüista por formación. Trabajó en diversas universidades de EE.UU. y Canadá (Alberta, Chicago, Yale, Ottawa, California, Pennsylvania) y se dedicó a estudiar un número enorme de lenguas en peligro, correspondientes a las diversas familias lingüísticas originarias del actual territorio de EE.UU. y Canadá: esquimo-aleutiana (esquimal), wakashana (nootka), siouan (catawba), hokano (hopi, yana), penutia (wasco-wishram, chinook), uto-azteca (paiute del Sur, ute) y atabascana (sarcee, kato, navajo, hupa, kutchin, ingalik, takelma, chasta costa). Produjo numerosas gramáticas y diccionarios de esas lenguas, junto con observaciones etnológicas sobre los pueblos que las hablaban. Paralelamente a sus estudios etnológicos y lingüísticos, escribía poesía y crítica literaria y componía música.
En 1921 apareció El lenguaje: introducción al estudio del habla [Language: An Introduction to the Study of Speech], el único libro que Sapir publicó en vida (la mayor parte de su obra fue editada luego de su muerte). En él se tratan tópicos tales como los universales lingüísticos, la tipología lingüística y el cambio lingüístico, que serán luego la fuente de una serie de trabajos tipológicos como Universales lingüísticos [Universals of Language] de Joseph Greenberg (1963) o, más recientemente, Universales del lenguaje y tipología lingüística [Language Universals and Linguistic Typology], de Bernard Comrie (1981).
El interés central de Sapir en El lenguaje... no está puesto en la forma lingüística en sí (por ejemplo, si una lengua usa o no flexión), ni en el significado lingüístico como tal (por ejemplo, si una lengua puede expresar o no cierto referente), sino más bien en la organización formal del significado que es propia de una lengua particular, es decir, el modo en que los significados son sistematizados o gramaticalizados (por ejemplo, en las categorías gramaticales o en los patrones de composición).
Las investigaciones de Sapir acerca del rol del significado en la forma gramatical y la importancia de esta en el uso del lenguaje y en la formulación y transmisión de ideas contribuyeron a lo que se conoce como la hipótesis de Sapir y Whorf (o hipótesis del relativismo lingüístico).
En realidad, la hipótesis fue desarrollada después de la muerte de Sapir por su discípulo Benjamin Lee Whorf (1897-1941), un lingüista sin formación académica sistemática. Whorf afirma que cada lengua permite procesar una variedad infinita de experiencias por medio de un conjunto finito de categorías formales (léxicas y gramaticales) y que las experiencias se clasifican por medio de un procedimiento de analogía. Las lenguas varían considerablemente no sólo en las distinciones básicas que reconocen, sino también en el modo en que las agrupan en un sistema coherente.


El estructuralismo norteamericano
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Ello supone que el sistema de categorías que cada lengua presenta a sus hablantes no es universal, sino particular. Un punto central de la hipótesis enunciada por Whorf es que las categorías lingüísticas son utilizadas como guías en el pensamiento habitual. De este modo, si los hablantes logran interpretar una experiencia en términos de una categoría particular disponible en su lengua, automáticamente agruparán por analogía otros significados en esa categoría. Estas categorías, a su vez, se “naturalizan”: los hablantes tienden a concebir las experiencias en relación intrínseca con las categorías que utilizan, aun cuando estas sean resultado de un proceso de analogía lingüística.
El descriptivismo
Leonard Bloomfield (1887-1949) fue colega de Sapir en la Universidad de Yale, luego de haber trabajado en Ohio y Chicago; ambos se ubicaron en posiciones teóricas opuestas, dado que Bloomfield, como veremos, rechazaba la posibilidad de que la lingüística analice el significado, mientras que para Sapir la semántica es parte esencial de los estudios sobre el lenguaje y las lenguas.
La obra principal de Bloomfield es, reconocidamente, El lenguaje [Language] (1933), en la que expone su versión de la lingüística estructuralista. Bloomfield afirma que su obra se nutre de las tres tradiciones principales en el estudio del lenguaje: la histórica-comparativa, la filosófica-descriptiva y la empírica-descriptiva. Pese a esa triple tradición, Bloomfield impulsó sobre todo los estudios de campo descriptivos. Ese descriptivismo tiene sus límites en el hecho de que, como él mismo admitió, las comunidades de habla suelen no ser homogéneas, una observación que lo ha ubicado como antecedente obligado de todos los estudios socio y etnolingüísticos de la actualidad (ver más adelante el apartado “Sociolingüística”).
Una de las mayores preocupaciones de Bloomfield es otorgar a la lingüística un carácter análogo al de las ciencias naturales, a las que considera explícitamente un modelo epistemológico. Para ello, Bloomfield propone eliminar todo estudio “mentalista” o “psicológico” del lenguaje (refutando, así, buena parte de la concepción saussureana del signo), centrándose en sus aspectos materiales o mecánicos; esto es, el lenguaje es concebido por Bloomfield como una de las conductas humanas visibles. Las conductas se describen en términos de pares de estímulo y reacción en situaciones típicas y es por ello que se considera a Bloomfield un representante del conductismo, que ha tenido expresiones en diversas ciencias sociales y humanas.
El conductismo obliga a Bloomfield a reformular el lugar que ocupa la semántica dentro de la lingüística, puesto que en esa concepción del lenguaje no habría lugar para ningún tipo de concepto o imagen mental (cfr. la definición de significado de Saussure): lo único que puede constatarse es un conjunto de estímulos y reacciones que se producen en determinadas situaciones. Bloomfield acepta la premisa saussureana de que estudiar el lenguaje implica estudiar la correlación entre sonidos y significados; sin embargo, técnicamente, el significado es demasiado difícil de “observar”, por lo que debería quedar fuera de los alcances de la lingüística. Para Bloomfield, entonces, la lingüística “empieza” por la fonética y la fonología.
Bloomfield postula que hay dos componentes en los que debería centrarse el estudio de la correlación entre sonidos y significados: el léxico y la gramática. Mientras que el léxico es el inventario total de los morfemas de una lengua, la gramática es la combinación de los morfemas dentro de cualquier “forma compleja”. Esto es, el significado de un enunciado se desprende de la suma del significado de los ítems léxicos más “otra cosa”, que es el significado proporcionado por la gramática. La gramática incluye tanto la sintaxis (i.e., la construcción de frases) como la morfología (i.e., la construcción de palabras). Cada morfema individual de una lengua constituye una “irregularidad”, en la medida que supone una relación arbitraria entre una forma y un significado que debe ser memorizada. De este modo, el léxico se define como “una lista de irregularidades básicas”, una noción que ha sido recuperada en diversas teorías lingüísticas.
El esquema general acerca de la lengua planteado por Bloomfield ha sido retomado con cambios menores por otros dos autores relevantes dentro del estructuralismo norteamericano: Charles Hockett (cfr. Curso de lingüística moderna [Course in modern linguistics], de 1958) y Zellig Harris (cfr. Métodos en lingüística estructural [Methods in Structural Linguistics], de 1951).


El estructuralismo europeo
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La escuela de la glosemática: Louis Hjelmslev
Con el nombre de glosemática se conoce la teoría desarrollada por el lingüista danés Louis Hjelmslev (1899-1965) –con la colaboración de Hans J. Uldall– en el marco del Círculo lingüístico de Copenhague, foro de investigación inspirado en el Círculo lingüístico de Praga. Esta escuela lingüística se reconoce explícitamente como deudora de los aportes de Saussure y, especialmente, de la idea de que la lengua es un sistema de valores, entendidos como entidades opositivas, relativas y negativas.
De las distintas definiciones de lengua brindadas en el Curso de Lingüística General interesa especialmente a Hjelmslev aquella que sostiene que la lengua es forma y no sustancia. La glosemática basa su teoría en la profundización de esta idea: la lengua es una entidad autónoma de dependencias internas, esto es, en ella importan sólo las relaciones formales entre los elementos de los distintos niveles lingüísticos, entendidas como constantes (la forma).
Así, por ejemplo, el fonema /d/ se define dentro del sistema fonológico del español como una consonante (en oposición a las vocales), que puede asumir la posición inicial o final de sílaba, por su posibilidad de ser seguida por otra consonante conformando grupo (dragón) y por entrar en conmutación con determinados elementos que entran dentro de esa categoría (clave). Estas definiciones alcanzan para capturar el papel esencial de la d española en el mecanismo interno de la lengua, es decir, dentro de la lengua considerada como esquema (el dominio de las formas puras).
Por otra parte la lengua como realización social dada, pero independientemente de su manifestación, constituye la norma, la forma material.
Así la /d/ se define desde esta perspectiva como una dentoalveolar sonora (opuesta por ejemplo a la /t/, dentoalveolar sorda): lo que la distingue es una propiedad positiva, los mínimos diferenciales que le otorgan cualidades positivas frente a los otros elementos del sistema.
Por último, desde la perspectiva de la lengua considerada como uso (conjunto de hábitos) la /d/ se define como dentoalveolar, sonora, oclusiva o dentoalveolar, sonora, fricativa: esta definición abarca todas las cualidades registradas en la pronunciación habitual de la /d/ española. Hjelmslev concluye que de las tres acepciones de la lengua mencionadas es la que concibe a la lengua como esquema la más próxima al sentido que se asigna a esta palabra: así se evita todo el carácter material y se separa lo verdaderamente esencial de lo accesorio.Por último, el habla saussureana se denomina acto y no es más que un documento pasajero y accidental.
De manera muy apretada puede decirse que la glosemática considera que la lengua es una semiótica compuesta de dos planos: expresión y contenido (que corresponden a los planos del signo saussureano: significante y significado). El signo, desde el punto de vista interno, es en realidad una función, una entidad generada por la conexión entre dos funtivos: una expresión y su contenido o un contenido y su expresión. No hay una función signo sin que estén presentes simultáneamente expresión y contenido: por ello la función signo es en sí misma una entidad solidaria. En cada uno de los planos del signo es preciso distinguir entre la forma y la sustancia. Si se comparan expresiones en distintas lenguas como yo no lo sé /I do not know (inglés)/ ich weiss es nicht (alemán)/je ne le sais pas (francés), encontramos un factor común –la llamada materia,el contenido- que así considerada no es analizable, es una masa amorfa. Esa materia está ordenada, formada en cada lengua de manera diferente (para visualizar este aspecto hemos subrayado en los ejemplos los elementos que realizan la negación en las distintas lenguas, véase también el orden de las palabras y la posición de los verbos que están en negrita). Es decir que cada lengua coloca sus propios límites en la masa amorfa de pensamiento, distribuye los elementos de distinto modo y con distinto énfasis. Retomando la metáfora de Hjelmslev: es como un único y el mismo puñado de arena que puede ponerse en distintos moldes, estos moldes son las formas que son propias de cada lengua, la materia permanece como sustancia formada para una y otra forma lingüística. Cada plano del signo, contenido y expresión, está confor


El estructurralismo europeo
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Un ejemplo en el nivel de la morfología: la zona del número (materia) se organiza de distinto modo en las diferentes lenguas. En español, el número se ordena (se forma) en dos categorías singular y plural; el plural se realiza mediante los formantes –(e)s y Ø (casa/casas;papel/papeles; (el) martes/los martes); en cambio, algunas lenguas como el griego antiguo, el sánscrito y el lituano distinguen singular, plural y dual. Esta distinción se verifica también en el plano de la expresión: la materia consiste en la totalidad de los sonidos pronunciables, por ejemplo, el continuum vocálico constituye una zona fonética de materia, que se forma de distinta manera en las distintas lenguas, en dependencia de las funciones específicas de cada una: así mientras que el sistema vocálico del español se compone de cinco vocales, el alemán presenta ocho.
El análisis interno de los planos del signo lingüístico lleva al reconocimiento de elementos menores en cada uno de ellos: así, una palabra como irremediable puede dividirse en distintos elementos menores portadores de significado (i-remedi-(a)ble), que se emplean en otros signos (irreductible) y, a su vez, pueden distinguirse dentro de - ble otros elementos, sin significado –los fonemas- , que sirven para construir otros formantes. En cada plano del signo pueden identificarse no signos, llamados en la teoría figuras del contenido y de la expresión, cuyo número es limitado y que sirven para construir nuevos signos. Las lenguas, por su finalidad, son primera y principalmente sistemas de signos, pero por su estructura interna son algo diferente: son sistemas de figuras que pueden usarse para construir signos.
La propuesta de Hjelmslev revela la fuerte influencia de los lógicos del Círculo de Viena, que aplicaron los métodos y el simbolismo de las matemáticas a los estudios sobre el lenguaje. La teoría lingüística debe poder dar cuenta del sistema de todas las lenguas: se trata de un sistema formal de premisas que busca descubrir y formalizar la estructura de una lengua, independientemente de cualquier realidad extralingüística y de todas sus posibles manifestaciones. La teoría exige el cumplimiento de un principio metodológico que se denomina “empírico” y que sostiene que la descripción debe cumplir con las condiciones de ser autoconsistente (no contradictoria), exhaustiva y lo más simple posible. En consonancia con este principio, la teoría elige preferentemente el procedimiento deductivo, que parte de las clases para llegar a los componentes pero admite la posibilidad de incluir también el método inductivo.
Estructuralismo de habla francesa
La lingüística estructuralista de habla francesa ha dado lugar a la llamada (en términos de Charles Bally) teoría general de la enunciación. Bally (1865–1947) formó parte de la escuela ginebrina inaugurada por Saussure y fue, de hecho, uno de los editores del Curso, junto con Alfred Sechehaye.
Si partimos de la oposición entre lengua y habla trazada por Saussure, la idea de enunciación es un intento por esbozar una lingüística del habla: se trata de ver cómo los sujetos utilizan (en términos de Émile Benveniste, se apropian de) el sistema potencial de la lengua para dar lugar a emisiones reales. De este modo, el concepto gramatical de oración (que es una unidad abstracta) se ve reemplazado por enunciado, que comprende la situación en la que se realiza la emisión.
En ese marco, Bally retoma la oposición entre modus/dictum, que puede rastrearse en los estoicos griegos.
Así, en el enunciado Probablemente Juan esté cansado, la predicación (el dictum) pone en relación Juan y cansado (por intermedio del verbo copulativo estar) y la modalidad (el modus) probablemente afecta esa predicación al señalar la intervención de la subjetividad del hablante.
Desde un punto de vista gramatical, el modus puede expresarse por medio de muy distintos recursos lingüísticos y no lingüísticos. Entre los recursos lingüísticos se cuentan los adverbios en –mente, el modo, el tiempo, el aspecto, la persona y la distribución de la información en el enunciado, incluyendo nociones como tema/rema (o tema/ propósito, en los términos de Bally), el foco y el tópico, etcétera. Dentro de los recursos no lingüísticos, la modalidad puede expresarse por medio de la entonación, las interjecciones o la gestualidad (que son recursos intermedios entre la lengua y la acción, en la medida en que también en ellos interviene lo arbitrario).


El estructuralismo europeo
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Quien desarrollará aún más las ideas de Bally es Émile Benveniste (1902-1976), profesor del prestigioso Collège de France. La noción de enunciación aparece reiteradamente en las conferencias, clases y artículos de Benveniste producidos entre 1950 y 1974 y reunidos en dos recopilaciones, publicadas bajo el título de Problemas de lingüística general [Problèmes de linguistique générale] I y II. En particular, en “El aparato formal de la enunciación”, Benveniste propone una sistematización de los recursos formales por medio de los cuales se expresa la apropiación del sistema potencial de la lengua por parte de un sujeto individual con el fin de dar lugar a una instancia de discurso. En ese sentido, las paráfrasis de lengua en uso o empleo de la lengua, que utiliza Benveniste, dan cuenta de que la enunciación se concibe básicamente como un acto, no como un objeto lingüístico equivalente a una oración, un texto, etcétera. De este modo, la enunciación supone un locutor y también un destinatario (o alocutario, en la terminología original), ya que todo discurso involucra a alguien que se dirige a otra persona. Además, la enunciación también requiere una referencia, esto es, la expresión de cierta relación entre el discurso y el mundo.
Prueba de estas generalizaciones son los sistemas deícticos, que (destaca Benveniste) existen en todas las lenguas y que remiten al yo, el aquí y el ahora, los parámetros básicos de la situación enunciativa.
Para expresar la relación entre los participantes en la comunicación, las lenguas utilizan diversos recursos: el sistema pronominal (la primera y la segunda persona, que indican los participantes en el acto enunciativo: yo y vos, vs. la “no-persona”: él) y los morfemas verbales de persona y de número (especialmente relevantes en el caso de las lenguas con sujeto tácito, como el español). La situación espacial del acto de enunciación se expresa mediante pronombres, adjetivos o adverbios demostrativos (esto, ese, aquí, etc.), que indican mayor o menor cercanía espacial con el locutor.
Por último, la relación con el momento particular de la enunciación aparece expresada por medio de diversos adverbios o construcciones nominales equivalentes (ahora, antes, mañana, esta semana) y por los morfemas verbales de tiempo y aspecto, oponiendo el presente enunciativo al resto de las opciones temporales. A partir de esta última oposición, Benveniste construye la dicotomía entre discurso (donde los hechos se muestran íntimamente ligados al locutor, al presentarse en un presente coincidente con el acto de enunciación) e historia (donde los hechos se presentan como si fueran ajenos al momento de la enunciación, con el uso preponderante de los tiempos del pasado).


El estructuralismo en Inglaterra: John Rupert Firth y Michael Halliday
El estructuralismo tuvo su fuerte impronta en Inglaterra a través de la obra de John R. Firth (1890-1960) y luego de su discípulo Michael Halliday (n. en 1925), quien es el padre de una de las teorías funcionalistas contemporáneas más influyentes (la llamada Lingüística Sistémica Funcional, ver Estado del arte). Firth fue un estudioso de lenguas exóticas de Oriente, así como M. Halliday fue, antes que lingüista, especialista en lengua y literatura china.
J. R. Firth, si bien parte de algunos postulados saussureanos, se aparta de muchos de ellos y adopta una actitud singular frente a las demás escuelas estructuralistas: se enfrenta particularmente con el estructuralismo norteamericano, el enfoque dominante en lengua inglesa en su época de formación. La escuela de Praga influyó también fuertemente en sus ideas y en las de sus discípulos y seguidores. Para Firth, la lingüística debe estudiar el significado en la lengua, entendiendo significado como un complejo de relaciones contextuales; la fonética, la gramática, la lexicografía y la semántica tratan cada una sus propios componentes del complejo en su contexto apropiado. El significado compete, pues, a todos los niveles lingüísticos, dado que el hablante realiza elecciones entre las posibilidades que le ofrece cada nivel atendiendo al contexto. El significado, entonces, está asociado indisolublemente al uso.
Firth fue discípulo del antropólogo B. Malinowski, quien ejerció una fuerte influencia en el lingüista, especialmente en lo que se refiere a la relevancia del contexto en todo evento comunicativo y lingüístico (de allí que suela identificarse a esta línea como parte del contextualismo británico). Para Firth la lengua es una totalidad; la división de la lengua en fonética, gramática, léxico, etc., no es más que una necesidad metodológica: para describir y explicar cualquier elemento o aspecto de un nivel dado es imprescindible tener en cuenta todos los demás niveles. Por otra parte, nunca debe perderse de vista que la lengua siempre tiene una función social en el contexto de una cultura dada. Las lenguas pueden estudiarse sólo a partir de textos concretos, muestras de lo que llama lenguas restringidas, es decir, la lengua de la ciencia, de la política, del comercio, etcétera.
Con esta idea dio un lugar de importancia al estudio de lenguas para fines específicos, que tiene hoy un desarrollo pujante. La teoría asigna un papel central a la noción de sistema (de allí derivará el nombre teoría sistémica) y también a la de estructura, que define en vinculación con las relaciones sintagmáticas y paradigmáticas de Saussure: todo análisis debe distinguir entre estructura como entidad sintagmática y sistema, entidad paradigmática, y cualquier análisis lingüístico debe realizarse analizando tanto las relaciones sintagmáticas como las paradigmáticas.
El estudio de la lengua debe apelar a la distinción de niveles de análisis, pero concibiéndolos de manera flexible: Firth reconoce como niveles básicos de la lengua los niveles fonético, léxico, gramatical y situacional (context of situation); sin embargo, admite que podría proponerse el nivel grafemático (el estudio estructural del sistema ortográfico) o el nivel estilístico (el nivel encargado de explicar aquellos rasgos específicos que son significativos para la delimitación funcional de un estilo de lengua).
Su discípulo Michael Halliday encabezó la llamada escuela neofirthiana y desarrolló a partir de la década del sesenta del siglo pasado la teoría sistémica. En distintos trabajos de ese período considera que el lenguaje es sonido organizado: la fonética estudia los sonidos, y la lingüística, su organización. La descripción de una lengua debe considerar los distintos niveles de estructuración; ellos son situación, forma y sustancia, y se relacionan entre sí mediante el contexto y la fonología. Sólo la forma es estrictamente lingüística; la situación consiste en la circunstancia social real en la que funciona la lengua y la sustancia es su materia, sea fónica o gráfica. La descripción debe mostrar la relación entre la forma lingüística -la organización significativa de la sustancia– y la situación, así como entre forma lingüística y sustancia; por eso postula los dos interniveles que realizan esas funciones (contextual y fonológico). El estudio de la forma incluye el léxico y la gramática.
Uno de los aspectos más estudiados del sistema por M. Halliday en las décadas del sesenta y setenta es la transitividad, que consiste de una red de sistemas que se originan en la cláusula mayor (la oración que contiene predicación). Los sistemas de transitividad se relacionan con: 1. los tipos de procesos que se emplean en la cláusula; 2. con los participantes, y con atributos y circunstancias de los procesos y los participantes. Los tipos de procesos pueden ser extensivos o intensivos, según se trate de procesos de acción o percepción (Elena compró la casa; Las gaviotas volaron) o de descripción o identificación (Las fiestas navideñas son extenuantes; El presidente es Rodríguez Zapatero). Dentro de los procesos extensivos se distinguen el sistema efectivo (dirigido a un fin/objeto, como en Elena compró la casa) del sistema descriptivo (acción no dirigida, las gaviotas volaron). A su vez el rasgo efectivo puede manifestar el sujeto como actor (operativo) o como objeto (receptivo). Una descripción más refinada de la cláusula extensiva distingue el rasgo iniciador de la acción y otras posibilidades de relación entre los participantes (Juan rompió la ventana / La ventana se rompió).
Hacia mediados de la década el 70 sus trabajos comienzan a mostrar una tendencia creciente a traspasar los límites de la oración en el análisis gramatical, como lo muestra con elocuencia su libro Cohesión en inglés [Cohesión in English] (1976), realizado en colaboración con Ruqaiya Hasan, y en el que elabora los distintos procedimientos cohesivos que hacen posible hacer del texto un objeto con significado. Su gramática funcional publicada en 1985 exhibe la consolidación de su modelo gramatical (ver Estado del arte).


La escuela lingüística de Praga
El círculo lingüístico de Praga fue fundado por lingüistas checos y rusos (Bohuslav Havránek, Vilém Mathesius, Joseph Vachek, Bohumil Trnka, Roman Jakobson, Nicolai Troubetzkoy y Serge Karcevskij) en 1926, en gran parte como reacción contra la tendencia de los neográmaticos a aislar los fenómenos lingüísticos y a estudiarlos de manera parcial. Se reconocen dos períodos en la obra de los lingüistas de Praga: un período clásico, previo a la segunda guerra mundial, y un segundo período, que se inicia una vez finalizada la guerra. Los lingüistas de Praga pueden caracterizarse como estructuralistas funcionalistas: parten de la relación interna entre significado y significante pero consideran las relaciones de la lengua con la realidad extralingüística. Sus aportes han sido sustantivos en todos los planos de la lengua.
En la época clásica destacan las investigaciones en el área de la fonética y la fonología, emprendidas especialmente por R. Jakobson, S. Karcevsky y N. Troubetzkoy; a este último autor se deben los principios y reflexiones que pasaron a conocerse como la “Fonología de Praga”. En su obra elabora las nociones de fonema y alófono, es decir, la distinción entre “tipos distintivos” y realizaciones concretas de sonidos, que explica que los hablantes pronuncien y perciban las diferencias en la pronunciación de la s en las palabras asfalto, casa y asco pero al mismo tiempo identifiquen esas variantes como realizaciones del tipo (fonema) s, que permite contrastar significados (casa vs. cara). Debemos a Troubetzkoy la comprensión y la sistematización de los sistemas fonológicos de distintas lenguas a partir de los rasgos distintivos (pertinentes, relevantes) de los fonemas y la clasificación de las oposiciones fonológicas. Naturalmente, su obra se basa en buena medida en trabajos de predecesores como Baudin de Courtenay, Ferdinand Saussure, Otto Jespersen, etcétera.
Por otra parte, los lingüistas de Praga innovan al incorporar la perspectiva funcionalista en la definición de la lengua: para ellos, la lengua es un sistema de medios de expresión apropiados para un fin. Además, la lengua es un sistema funcional en sí: las estructuras fónica, gramatical y léxica dependen de las funciones lingüísticas y sus modos de realización.
En el período posguerra de la Escuela de Praga es notoria la mayor concentración en los estudios gramaticales y la atención brindada a los niveles superiores de organización de la gramática.
Ya Mathesius había concebido la lengua como un sistema de niveles correlacionados: fonológico, morfológico y sintáctico y suprasintáctico o estilístico. Los niveles superiores imponen su organización categorial a los inferiores, pero siempre el último selecciona los medios de realización. Cada nivel es un subsistema, con unidades propias. El análisis estructural debe abarcar el aspecto paradigmático y sintagmático. Son relevantes las contribuciones de B. Trnka al campo de la morfología y de Frantisek Daneš al de la sintaxis. Este último autor reelabora y completa teóricamente aportes previos sobre los niveles superiores; así, propone distinguir los niveles sintácticos de:
1. la estructura gramatical de la oración;
2. la estructura semántica de la oración y
3. la organización de la emisión.
Especialmente original es la propuesta para el nivel suprasintáctico, desarrollada inicialmente por Mathesius. En este nivel, la unidad es la emisión o la “perspectiva funcional de la oración”, que implica la contextualización de la lengua en una situación concreta, con un hablante y un oyente, en la que la función lingüística primaria es la representativa o informativa. La emisión es un proceso dinámico de comunicación, en el que sus elementos se jerarquizan de acuerdo con el grado de información que conllevan (= dinamismo comunicativo); esos elementos son tema (= información conocida) y rema (=información nueva).
La emisión se realiza mayormente mediante recursos no gramaticales aunque algunos se reflejan en el nivel gramatical (el acento contrastivo o enfático, la entonación, el orden de las palabras, etc.). Los estudios sobre la perspectiva funcional de la oración de los lingüistas praguenses son un antecedente central para el nacimiento de la Lingüística del Texto. En este sentido, también son un antecedente de importancia sus desarrollos en estilística funcional: concibieron la estratificación funcional de la lengua a partir de pares de rasgos como lengua intelectual vs. emocional, oralidad vs. escritura, habla dialógica vs. monológica, lengua informativa y lengua poética, la primera dividida en lengua práctica y teórica, y sobre todo una dicotomía que subyace en parte a la clasificación transversal: lengua popular vs. lengua literaria. Havránek distingue en el campo de la comunicación no artística la lengua cotidiana, la lengua referencial y la lengua científica; y más tarde también se refiere a la lengua periodística.
En este marco es preciso mencionar a Roman Jakobson (1896-1982), lingüista, fonólogo y teórico de la literatura ruso, quien debido a persecución política, igual que su amigo y colega Troubetzkoy, debió emigrar primero a Praga, más tarde a Dinamarca y Noruega, y de allí, por la amenaza de la invasión nazi, a los Estados Unidos. Su obra es vasta y abarca los campos de la fonología, la afasia, la lingüística general, la estilística y la poética. La contribución de Jakobson que más se ha difundido en la lingüística y especialmente en su enseñanza es la vinculada con las funciones del lenguaje.
Ese trabajo fue presentado en una conferencia titulada “Lingüística y Poética”, que estuvo destinada a discutir críticamente la concepción tradicional que considera esos ámbitos como opuestos y sólo tangencialmente relacionados. Jakobson sostiene que toda conducta verbal –no solo la poética– es intencional y está dirigida a un fin: el lenguaje debe ser abordado y estudiado en toda la variedad de sus funciones. Sobre la base de la teoría de la información formulada en 1948, que se articula sobre los factores que constituyen la comunicación (emisor, receptor, referente, canal, mensaje y código), dedujo la existencia de seis funciones lingüísticas: la expresiva, la apelativa, la representativa, la fática, la poética y la metalingüística. De esta manera completó el modelo de las funciones lingüísticas clásico, presentado por Karl Bühler en su libro, Teoría del Lenguaje (1930).


La gramática generativa (Chomsky)
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Estructuras sintácticas
Uno de los lingüistas más famosos, renovadores e influyentes del siglo XX es, indudablemente, Noam Chomsky (n. en 1928), conocido también por sus escritos sobre política, historia y economía. Estudiante brillante en la Universidad de Pennsylvania, se doctoró en 1955 (el mismo año en que se incorporó al Massachussetts Institute of Technology, MIT), con la dirección del lingüista estructuralista Zellig Harris. Su tesis doctoral (La estructura lógica de la teoría lingüística [The Logical Structure of Linguistic Theory]) no se publicó hasta los años 70, pero, dos años después, publicó un extracto que literalmente revolucionó la teoría lingüística: Estructuras sintácticas [Syntactic Structures] (1957).
Dentro de las ideas más influyentes de Estructuras sintácticas cabe mencionar lo que se llamó luego problema lógico de la adquisición del lenguaje o problema de Platón. El planteo es que hay un conocimiento específico acerca de la propia lengua, que no es manejada por una “inteligencia general” y que no “se aprende”, en la medida que la producción e interpretación de oraciones requieren un número de operaciones formales complejísimas que es implausible que los niños adquieran por “instrucción explícita” de sus mayores.
Nadie le enseña a un niño cómo mover el verbo a la posición adecuada en el caso de una pregunta, razona Chomsky: así, la pregunta ¿Dónde está Juan? parece derivarse de la oración afirmativa Juan está en X reemplazando el circunstancial por un pronombre interrogativo y moviendo el verbo a la segunda posición. Las oraciones agramaticales *¿Dónde Juan está? o *¿Dónde está Juan en casa? sugieren que un niño de un año y medio (que ya puede producir preguntas) tiene que tener un conocimiento intuitivo de nociones tales como circunstancial o verbo, sobre las que, evidentemente, nadie lo ha instruido. Crucialmente, los casos con sujetos o verbos complejos indican que, además, tiene que manejar las nociones de sintagma, de subordinación y de perífrasis, para producir sin errores preguntas como ¿Dónde está el chico?, ¿Dónde está el chico que invitaste ayer?, ¿Dónde ha ido Juan?
A partir de ejemplos como estos, Chomsky infiere que debe existir un conocimiento formal, previo a la experiencia, que permita que el niño maneje todas esas nociones con suma rapidez y sin instrucción explícita. De este modo, se opone a las visiones de la mente como una tabula rasa, que son típicas de las visiones conductistas del lenguaje (véase Bloomfield, por ejemplo) y de las visiones extremas de que el lenguaje determina el pensamiento, que no tendría previamente ninguna categoría (véase Whorf, por ejemplo).
Otra propiedad del lenguaje que Chomsky señala se expresa en el llamado problema de Descartes, que destaca el hecho de que, a partir de un conjunto finito de unidades y de reglas, un hablante puede generar infinitas oraciones gramaticales y, por lo tanto, interpretables para los oyentes (independientemente de que las hayan escuchado antes o no). De esta idea se deriva uno de los nombres habituales de la perspectiva teórica desarrollada por Chomsky, gramática generativa o generativismo.
En cuanto al modelo en sí, Chomsky propone que existen transformaciones, esto es, operaciones de movimiento, borrado, agregado o permutación de material que permiten captar las conexiones entre oraciones emparentadas (como la que señalamos anteriormente para una pregunta y su correspondiente oración asertiva). De esta noción de transformación de una estructura en otra se deriva otro de los nombres que ha recibido la corriente teórica encabezada por Chomsky (lingüística transformacional).
Otros pares de oraciones relacionadas entre sí que, para Chomsky, pueden ser explicados por medio de transformaciones son las oraciones marcadas por la polaridad afirmativa/negativa (por ejemplo, la serie Juan fue al cine / Juan no fue al cine / Juan sí fue al cine) o el contraste entre la voz activa y la pasiva (Juan destruyó los diques / Los diques fueron destruidos por Juan). Por su parte, también la morfología verbal (por ejemplo, la concordancia entre verbo y sujeto) es introducida por medio de transformaciones. Nótese que, mientras algunas transformaciones son obligatorias (la concordancia de verbo y sujeto, por ejemplo), otras son optativas (la pasiva o la negación).


La gramática generativa de Nohan Chomsky


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En Estructuras sintácticas, las transformaciones están ordenadas entre sí rígidamente, con el fin de explicar ciertos fenómenos empíricos de la morfosintaxis del inglés. Por dar un ejemplo del español, la transformación de pasiva (la regla número 12) debería preceder necesariamente al agregado de morfología que surge de la concordancia del verbo con el sujeto (regla número 15), como puede observarse en el par de oraciones precedentes (i.e., Juan destruyó los diques / Los diques fueron destruidos por Juan).
Otro término introducido en Estructuras sintácticas es el de gramaticalidad, que se refiere a las intuiciones de los hablantes frente a construcciones de su lengua materna. Chomsky diferencia los problemas de gramaticalidad de los problemas de significado que pueden surgir por factores extragramaticales, que no afectan la estructura (ni, por lo tanto, la interpretabilidad) de una oración. Para Chomsky, la noción de gramatical no equivale a ‘significativa’ o ‘con significado’: una oración como Las ideas verdes incoloras duermen furiosamente [en inglés, Colorless green ideas sleep furiously], aunque presente diversas clases de incongruencia semántica, está bien formada desde el punto de vista sintáctico y, por lo tanto, puede recibir alguna interpretación.
Aspectos de la teoría de la sintaxis
El segundo libro de Chomsky, que retoma y refina Estructuras sintácticas, es Aspectos de la teoría de la sintaxis [Aspects of the theory of syntax] (1965). Dentro de los conceptos allí desarrollados, aparecen varios que se consideran representativos de toda la gramática generativa.
Así sucede con la dicotomía actuación [performance] vs. competencia [competence], que para Chomsky permite distinguir la conducta lingüística real y observable (actuación) en contraste con el sistema interno de conocimiento que subyace a ella (competencia). Chomsky asume explícitamente que la competencia es una facultad idealizada, que resulta de abstraer los juicios de un hablante/ oyente ideal de una comunidad lingüística completamente homogénea, al que no lo afectan condiciones irrelevantes para la gramática como limitaciones de memoria, distracciones, errores, etc. (Chomsky, 1965, p. 3).
En ese sentido, Chomsky separa la competencia, que es una capacidad idealizada (mental o psicológica), de la producción real de enunciados, que es la actuación. La dicotomía recuerda a la distinción entre lengua y habla de Saussure, como el mismo Chomsky nota (1965, p. 4). Ambos pares de conceptos pretenden extraer de la masa de hechos del lenguaje una entidad sistemática, que pueda servir como objeto de estudio legítimo de la lingüística (la lengua, para Saussure; la competencia para Chomsky), a la que diferencian de otros fenómenos ligados con el lenguaje que son heterogéneos y difíciles de sistematizar (el habla y la actuación, respectivamente). Sin embargo, mientras que para Chomsky la competencia es el conjunto de reglas subyacentes a las infinitas oraciones de una lengua, para Saussure la lengua coincide prácticamente con el léxico, en tanto inventario “sistemático” de ítems.
Por otra parte, recuérdese que Chomsky rechaza las ideas de que la comunicación sea una función inherente del lenguaje y de que la lengua deba ser estudiada en el contexto de las interacciones humanas, dos premisas asumidas por la lingüística estructural.
A partir de la dicotomía competencia/actuación, Chomsky plantea en Aspectos... la oposición entre la gramaticalidad y la aceptabilidad de las oraciones. Mientras que la gramaticalidad de una oración se refiere a propiedades que atañen a la competencia, esto es, si la oración está o no formada de acuerdo con las reglas que forman parte del conocimiento internalizado de los hablantes, la aceptabilidad, en cambio, tiene que ver con factores ligados a la actuación, que incluyen desde la normalidad semántica y pragmática hasta la complejidad oracional.
También sobre la base de la oposición entre competencia y actuación, Chomsky plantea en Aspectos... la diferencia entre una gramática explicativamente adecuada (que da cuenta de la competencia, esto es, del conocimiento interno del hablante acerca de su lengua) en oposición a una gramática descriptivamente adecuada (que se limita a observar los hechos o la conducta sin dar cuenta del sistema de reglas subyacente).


La gramática generativa de Noham Chomky


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La otra modificación importante que agrega Aspectos de la teoría de la sintaxis al modelo de Estructuras sintácticas es el papel que juega el léxico. En Aspectos... el léxico está distinguido claramente del componente transformacional (cosa que no sucedía en Estructuras sintácticas, lo cual permitía la generación indeseable de oraciones agramaticales).
Así, el léxico reúne toda la información idiosincrásica (fonológica, sintáctica y semántica) que los hablantes conocen sobre los ítems léxicos. Especialmente relevante es la incorporación de la noción de subcategorización, que especifica qué tipo de selección tienen los verbos: por ejemplo, destruir se inserta en un contexto [__ SN]; creer, en [__O]. La existencia de la subcategorización en las entradas léxicas explica la agramaticalidad de oraciones como Juan ríe María, que Estructuras sintácticas permitía. A partir de esa propuesta de Chomsky, se empezó a discutir desde mediados de los años 60 cuál es la naturaleza de la subcategorización, esto es, si debe plantearse en términos sintácticos (como los anteriores, en los que se especifican las características sintácticas del complemento) o en términos semánticos (por ejemplo, por medio de roles temáticos: destruir selecciona un agente que lleva a cabo la acción y un tema, que es la entidad pasivamente involucrada) o si la selección es doble (sintáctica y semántica).
Con la determinación del lugar del léxico en el modelo, en Aspectos... se termina de diseñar la oposición entre estructura profunda y estructura superficial de una oración, que ya estaba implícita en la noción de transformación de Estructuras sintácticas. La estructura profunda se deriva más o menos directamente de las propiedades de los ítems léxicos, mientras que la estructura superficial se crea una vez que se aplican las operaciones sintácticas correspondientes al componente transformacional.
Década del 70
Dentro de la gramática generativa, los años que siguieron a Aspectos de la teoría de la sintaxis estuvieron marcados por la discusión acerca de qué oraciones pueden correlacionarse formalmente entre sí por medio de una transformación (i.e., qué oraciones pueden derivarse una de la otra) y qué fenómenos deben ser considerados independientes desde el punto de vista sintáctico, aunque haya entre ellas una sensación de “parentesco” semántico o formal.
Un texto fundamental en ese camino es “Observaciones sobre la nominalización” [Remarks on nominalization] (1970), a partir del cual la gramática generativa retoma la oposición de Bloomfield entre la morfología y la sintaxis como componentes diferentes de la gramática que dan cuenta de la formación de distinto tipo de unidades complejas. Chomsky distingue, dentro de las diversas clases de palabras con categoría nominal que aparecen ligadas a un verbo (gerundios y “verdaderas” nominalizaciones), aquellas relaciones que son sistemáticas, regulares y predecibles (y deben, pues, ser captadas por transformaciones sintácticas) de aquellas relaciones impredecibles que deben expresarse por medio de reglas léxicas o morfológicas. Paralelamente, “Observaciones sobre la nominalización” puede leerse también como un largo argumento en contra de los autores enrolados en la semántica generativa (como George Lakoff, Paul Postal, John Ross), que constituyeron el primer desprendimiento de la gramática generativa en los últimos años de la década del 60 y los primeros del 70. Los semánticos generativos trataban de explicar por medio de transformaciones ciertas relaciones semánticas que no están expresadas formalmente en la gramática (por ejemplo, las que vinculan en español los verbos morir y matar –entendido como ‘causar que otro muera’); por el contrario, Chomsky intentó demostrar que esas relaciones no pueden ser resultado de operaciones sintácticas sino que deben ser expresadas por medio de reglas de otra naturaleza (léxicas o semánticas).
En síntesis, en los primeros textos de Chomsky aparecen ya los puntos centrales de la gramática generativa, que se mantienen hoy en día. Entre ellos, cabe mencionar la postulación de la existencia de un conocimiento innato/ universal del lenguaje, que ha llevado a rediseñar la teoría de la adquisición (y ha influido directamente en el enorme desarrollo de la psicolingüística y de la neurolingüística de los últimos años); la preeminencia otorgada al componente sintáctico como locus de las propiedades universales del lenguaje; el interés en el aspecto creativo o generativo del lenguaje humano, asociado con la recursividad como propiedad fundamental, y, por último, los supuestos de que existen unidades intermedias entre las palabras y las oraciones (frases o sintagmas) y de que la estructura fonológica de una oración no coincide necesariamente con su estructura semántica (i.e., hay operaciones de desplazamiento y elipsis que llevan a una falta de correspondencia entre sonido y significado). Como premisa epistemológica, Chomsky ha planteado la idea de que la lingüística no debe ser una ciencia simplemente clasificatoria o descriptiva, sino explicativa y, por lo tanto, debe buscar las leyes o reglas que rigen subyacentemente la conducta lingüística.
Estructuras sintácticas y Aspectos..., que dieron lugar a la llamada Teoría Estándar Extendida que se desarrolla a lo largo de la década del 70, pretendían servir como primer paso en la explicación de la capacidad humana del lenguaje; sin embargo, el modelo sintáctico planteado carecía de universalidad. Así, por ejemplo, ciertas transformaciones, como la regla de inserción del verbo auxiliar do [hacer], hacían referencia a fenómenos particulares del inglés, sin ningún alcance universal. Recién en los 80, con la teoría de Principios & Parámetros, reformulada luego como el Programa Minimalista, se planteará un modelo capaz de reflejar de un modo adecuado y sistemático no sólo las características universales del lenguaje sino también las propiedades particulares de las lenguas.


El lenguaje en acción
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La teoría de los actos de habla
De una tradición distinta a la de los autores que hemos visto hasta el momento se nutren los autores de la llamada teoría de los actos de habla (conocida también como filosofía del lenguaje común u ordinario en la filosofía y como pragmática filosófica en la lingüística), que ha influido enormemente en la teoría lingüística (ver aquí, por ejemplo, “Gramática del texto – Lingüística del texto” en Estado del arte). John Austin (1911-1960) y John Searle (n. en 1932), sus principales representantes, provienen ambos de la filosofía y sus motivaciones centrales sólo pueden reconstruirse si se leen con atención las disputas filosóficas sobre la naturaleza del lenguaje y, en particular, sobre el significado de las palabras, inauguradas por dos artículos fundantes: “Sobre sentido y referencia”, de Gottlob Frege (1898), y “Sobre el denotar”, de Bertrand Russell (1905). La discusión de Frege y Russell, que se centra en si la relación entre las palabras y las cosas es directa o si nuestros propios conceptos y/o el lenguaje interfieren en esa relación, está enmarcada en una polémica filosófica más general respecto de la naturaleza de la verdad y la posibilidad de acceder a ella. A partir de allí, se abre la cuestión de si la función central del lenguaje es efectivamente referir (i.e., establecer una relación entre las palabras y los objetos en el mundo) o si hay otros usos del lenguaje que son igualmente importantes.
Austin (en Palabras y cosas [How to do things with words], 1962) y Searle (en Actos de habla [Speech Acts], 1968), al igual que el “segundo” Wittgenstein (en Investigaciones filosóficas, de 1953) y otros autores, como Peter Strawson o Paul Grice, en lugar de interesarse excluyentemente por el modo en que el lenguaje puede transmitir o no la verdad en un discurso científico, estudiaron también el modo en que funciona el lenguaje en distintas situaciones cotidianas. Así, todos coinciden en proponer que referir y afirmar (i.e., realizar enunciados acerca de estados de las cosas en el mundo) no es la única (ni siquiera la principal) función del lenguaje. Entre otras muchas, pueden citarse la pregunta, el pedido, la orden, la amenaza, la promesa. Wittgenstein se refiere a esas acciones como juegos del lenguaje; más popular en lingüística es el término propuesto por Austin y Searle: actos de habla.
Austin y Searle proponen que, al decir algo, realizamos una serie de acciones que corresponden a varios niveles distintos. Por un lado, producimos ciertos sonidos que se amoldan al vocabulario y a la gramática de una lengua determinada y que tienen cierto significado. Austin sostuvo que esos fenómenos se agrupan en un único nivel (al que llamó acto locucionario), mientras que Searle los dividió en dos niveles distintos: un acto de emisión (de palabras o cualquier otra unidad lingüística) y un acto proposicional (que incluye referir a ciertas entidades en el mundo y predicar algo acerca de ellas). Por otro lado, observan Austin y Searle, con una emisión también llevamos a cabo acciones típicamente lingüísticas (pero no siempre), codificadas socialmente, como un pedido, una orden, una amenaza, una promesa, esto es, actos ilocucionarios o actos de habla. Típicamente, los actos ilocucionarios no dependen directamente de las palabras emitidas, cosa que es especialmente clara en los llamados actos de habla indirectos: una emisión como ¿No tenés hambre?, por ejemplo, puede interpretarse a menudo como un acto ilocucionario distinto (i.e., una sugerencia o una propuesta) del que se desprendería de su significado y forma lingüística literales (i.e., una pregunta). Por último, las emisiones también tienen actos o efectos perlocucionarios, esto es, provocan ciertas consecuencias en las acciones, pensamientos o creencias de los oyentes. El acto perlocucionario más esperable para ¿No tenés hambre?, por ejemplo, sería lograr que el destinatario informe simplemente si tiene hambre o no al emisor, pero pueden imaginarse muchos otros (conseguir que el destinatario prepare la comida o que establezca una conversación con el emisor, por ejemplo).
En ese contexto, no existen actos proposicionales “puros” de los que se pueda afirmar su verdad o falsedad en abstracto. Más bien, afirmar algo es uno más entre el conjunto de posibles actos ilocucionarios y, por lo tanto, puede tener efectos perlocucionarios variados. Al igual que los demás actos de habla, está sujeto a condiciones de fortuna o infortunio, afirma Austin: enunciar con verdad es un acto afortunado, análogo a aconsejar prudentemente o argumentar con fundamento. Es por eso que la verdad o falsedad de un enunciado no dependen solamente del significado de las palabras, sino del tipo de acto ilocucionario que se está realizando con él. Así, por ejemplo, un enunciado como Te estás convirtiendo en un chancho difícilmente pretenda tener valor de verdad literal (es decir, representar un cierto estado de cosas en el mundo), sino que realiza otro tipo de acto de habla (por ejemplo, hacer una advertencia o burlarse de alguien).
A partir de estos elementos, Austin y Searle intentan establecer una tipología de los actos de habla, a partir de la descomposición de los distintos elementos que intervienen en cada tipo de acto ilocucionario: su contenido proposicional, sus condiciones preparatorias, su condición de sinceridad y la regla esencial que lo rige, de acuerdo con la terminología de Searle. Así, por ejemplo, pedir o aconsejar tienen por contenido proposicional un acto futuro del oyente, pero se distinguen por el resto de las condiciones, particularmente por la regla esencial (al pedir, el hablante intenta simplemente que el oyente haga algo, mientras que al aconsejar asume que esa acción será beneficiosa para el oyente) y la condición de sinceridad consecuente (mientras que al pedir el hablante es sincero si desea que el oyente haga una acción, al aconsejar lo es si cree que esa acción lo beneficiará de algún modo).

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Gramática del texto - Lingüística del texto
En el campo científico la denominación “gramática textual” se reserva para los estadios iniciales de los estudios sobre el texto (aproximadamente, las décadas del 60 y 70), centrados en la preocupación gramatical. A partir de fines de los años 70, la denominación se reformuló en el sintagma Lingüística del texto, que, por un lado, recoge la ampliación de la mirada sobre el objeto de estudio y, por el otro, es más dúctil para albergar los diversos intereses y perspectivas que reúnen a la disciplina en su vertiginosa evolución de los últimos treinta años. La orientación textualista de la gramática surgió con vigor en Europa central hacia fines de los años sesenta del último siglo, inicialmente en los países germano-parlantes y luego se extendió hacia otras naciones. La gramática textual de origen germano produjo el instrumentarium central –retomado y desarrollado con impronta particular por otros enfoques teóricos- que hoy circula como propiedad y rasgo distintivo de los estudios gramaticales sobre el texto (las nociones de cohesión, coherencia, macroestructruras, tipologías textuales, etc., ver estado del arte XXX). Los principales representantes de la gramática textual son Harald Weinrich, János Petöfi, Teun van Dijk, Sigfried Schmidt, entre otros.
La raíz epistemológica de la gramática textual es compleja: por un lado, gramáticos del estructuralismo europeo (entre ellos, seguidores de las ideas de la Escuela de Praga) y del generativismo; por el otro, lingüistas fuertemente influidos por la teoría de los actos de habla y los desarrollos de la pragmática. Además de las causas externas a la disciplina –el interés general de las ciencias por ampliar sus objetos de estudio, los desarrollos de la pragmática y la semántica, la traducción automática, las ciencias de la información-, el interés gramatical por los textos surge a raíz de problemas de investigación no resueltos en el ámbito de la gramática oracional: a fin de poder describir y explicar problemas como la anáfora, el artículo, la coordinación, morfemas verbales para la expresión del tiempo y el aspecto gramaticales, la elipsis, entre otros, gramáticos de procedencia estructuralista y generativista plantearon a inicios de los años sesenta el “postulado de ampliación”: la unidad de análisis de la lingüística debía extenderse de la oración al texto. Klaus Brinker, en su clásico libro Análisis lingüístico del texto (1988), sintetiza el desarrollo de la disciplina hasta los tardíos ochenta sobre la base de las distintas concepciones sobre el texto, motivadas en diversos intereses de investigación y en los sucesivos paradigmas dentro de la lingüística en general. Distingue dos orientaciones básicas en las etapas tempranas de la lingüística del texto: la centrada en el sistema lingüístico (con una fuerte impronta de la gramática generativa o de la gramática estructural) y la centrada en el hecho comunicativo (deudora explícita de la pragmática). En la primera orientación, la lingüística del texto se comprende a sí misma (como antes la lingüística oracional) como una lingüística de la “langue” o de la competencia. La jerarquía de las unidades del sistema lingüístico (fonema, morfema/palabra, oración) es simplemente ampliada con la unidad texto. En esto se expresa la convicción de que no sólo la formación de la palabra y la oración, sino también la constitución textual se produce por medio del sistema de reglas y se basa en regularidades generales y sistemáticas que deben ser explicadas por una teoría del texto. Por ese motivo se sigue recurriendo tanto en el aspecto teórico como en el metodológico a las ideas de la lingüística oracional, sea de proveniencia estructuralista o generativa, lo cual se traduce en la definición del concepto texto, que se concibe como una sucesión coherente de oraciones. La coherencia textual, el concepto central de la disciplina en esta etapa, es definida en forma puramente gramatical: describe las relaciones sintáctico-semánticas entre las oraciones o entre elementos lingüísticos (palabras, grupos de palabras, etc.) de oraciones sucesivas. De acuerdo con esta perspectiva, los textos, concebidos como sucesiones de oraciones, comparten cualidades globales con las oraciones: esencialmente, el carácter potencialmente infinito de textos y oraciones, el hecho de poseer ambas unidades una estructura y componerse de elementos relacionados entre sí, la posibilidad de ser reducidos a “tipos o clases” que se convierten en modelos preexistentes para las actividades de producción y comprensión de textos, etcétera.
Los estudiosos de orientación generativista se esforzaron por extender el análisis oracional al análisis de pares de oraciones y relativizar el concepto de oración como axioma de la gramática. Horst Isenberg intentó desarrollar una gramática textual generativa y para ello antepuso una “regla textual” a las reglas generadoras de oraciones, con cuya ayuda se podían expandir oraciones individuales del texto a partir de un símbolo inicial T (= texto), que se rescribía como: O + O + O (...). Las nociones de “sucesión” y “conexión” de oraciones sobre la base de informaciones sintácticas y semánticas fueron centrales en estos trabajos que elaboraron el concepto de coherencia como rasgo privativo de los textos “bien formados”.
La segunda orientación, más centrada en el uso lingüístico y heredera explícita de la retórica clásica, concibe los textos, necesariamente ligados a una situación comunicativa dada, como instrumentos para el logro de determinados objetivos comunicativos por parte de actores concretos. La función comunicativa de los textos es una preocupación esencial en esta dirección de investigación, cuyo fundamento teórico es la teoría de los actos de habla. El texto, así, es una acción comunicativa compleja, que incluye un componente gramatical. En el foco de observación se encuentra la finalidad o propósito (del hablante o productor), los interlocutores y la particular situación comunicativa. Los estudios –en general, de procedencia estructuralista- incorporaron en sus análisis aportes y reflexiones de la semántica léxica y estructural, y de la pragmática. Así, por ejemplo, se han convertido en obras de referencia ineludible los estudios sobre los pronombres de Roland Harweg, o sobre el artículo de Harald Weinrich y los tiempos verbales del mismo autor (Weinrich 1974) que explicitan el vínculo esencial entre gramática y hecho comunicativo.
Extraído de http://aportes.educ.ar/lengua/nucleo-teorico/recorrido-historico/index.php